I
Uno…Dos… Tres… Podía sentir las lágrimas correr por su rostro y sin embargo, guardaba silencio. Cuatro…Cinco…Seis…Pronto se acabaría la tortura, el dolor lo carcomía. Escuchaba los gritos a lo lejos, los golpes de la madera eran cada vez más sonoros.
-¡Levántate y da la cara!- exclamó una voz cada vez más ronca, mucho más fuerte.
Sentía la cara caliente de furia, los ojos le ardían mientras esperaba en el ático.
Su madre era un mujer fuerte pero de buenos sentimientos. Siempre trabajó para darle lo mejor. Nació en una pequeña región en México y fue a sus veintitrés cuando decidió casarse sin la aprobación de su propia madre, ni siquiera de su familia. El hombre era un hacendado, tenía un pequeño rancho que perdió en las apuestas, el alcohol, en sus aventuras.
Siete…Ocho…Nueve…Silencio. Oía los pasos pero no más gritos. Detuvo la respiración, se arrinconó a un lado de dos viejas sillas mecedoras. Eran esas pesadas y toscas botas las que se aproximaban, venía por él. Pensó en su madre, no pudo evitar arrojar un par de lágrimas pero sabía que se había terminado.
La luz del sol entraba por un agujerito en la pared. La casa estaba vieja, el olor de madera húmeda lo enfermaba. Nada se comparaba a lo que alguna vez tuvieron. A la paz que alguna vez sintieron. Maldita la hora…
-Eres el mejor regalo que la vida me dio- dijo su madre –no permitiré que nadie te haga daño, siempre viví por y para ti, nunca tengas miedo.
Sentía todos los recuerdos rondar por su mente, dobló las rodillas hacía su pecho mientras arqueaba la espalda. Tenía aquella camiseta azul que le había regalado su tía Conchita el día de su cumpleaños, cuánto deseaba que ella le ayudara, este era el momento.
-Sal de una vez por todas antes de que te ganes una tunda como la de tu madre- gritó aquel hombre, aquel desconocido que rondaba por la casa desde hacía varios años –la muy estúpida no se pudo levantar, ¿por qué te escondes? ¿no que muy hombrecito?
Se abrió la puerta del ático. Violentamente corrió y tiró lo que estaba a su paso. Desde lejos podía ver el mango de su rifle de caza.
Uno…Dos…Tres. Silencio. Todo había terminado.
II
Enero 16, 1998
No puedo describir la felicidad que hace mi corazón palpitar de esta manera. Humberto acaba de comprar una pequeña hacienda en los bosques de Michoacán, es la casa de mis sueños. Su aspecto tosco, en algunas ocasiones tétrico, me ha impresionado desde el momento que la vi. Hemos remodelado la mayoría de las zonas principales. Sólo faltan unos cuantos detalles. Mis padres vendrán a verla pronto.
Abril 15, 1998
No puedo evitar sentirme cansada últimamente. He tenido unos cuantos problemas con Humberto, hace meses que no veo a mi familia y me frustra la soledad. Mi madre ha fallecido hace dos semanas. Todo nos queda tan lejos, comienzo a detestar esta casa. Su belleza se aminora con la oscuridad de la noche.
Junio 28, 1998
Hace dos días Humberto se fue de la casa. Nuestra separación es casi definitiva. No puedo esperar a marcharme de este desolado lugar. No he podido dormir, las preocupaciones me agobian y por alguna razón he escuchado rasguños en el techo.
Julio 9, 1998
No he sabido nada de Humberto. Necesito salir de aquí. Los días se tornan cada vez más secos y nublados. Ayer se fue la luz, tengo la esperanza de que hoy en la noche llegue. Supongo que el mal sistema (que aún no he podido encontrar por ningún lado) y la lejanía de la ciudad son parte del problema. Trataré de descansar, el espesor del bosque que me rodea me tranquiliza cada mañana.
Agosto 19, 1998
Mi última vela esta por la mitad. Ayer por la tarde terminó mi búsqueda. Encontré por suerte una pequeña entrada a lo que imagino es el ático. Ahí debería de estar el registro de la luz. Subiré a medio día. La falta de luz o la soledad han despertado en mí un sentimiento de persecución incomparable. Siento frío a pesar del clima cálido. Estamos en pleno verano.
Septiembre 1, 1998
Estoy al borde de la locura. No he salido de mi cuarto en dos semanas. El ático…subir…Los ruidos aumentan y las sombras me persiguen…Están cerca…Lo desconozco…Mi letra es ilegible…Lloro con ganas pero evito el ruido, evito respirar y quiero que desaparezca…Escucho pasos, mi manos están entumidas, mi cuerpo no responde…Pienso en Humberto, la sangre, su cuerpo inmóvil en aquel pequeño cuarto…
III
Rompió la puerta con dos golpes toscos. El mango del maltratado rifle había facilitado el trabajo. Caminó lentamente, meditando los pasos. Su pena, su furia estaban tan vivas como la sangre que corría en las débiles venas de su víctima. La había estado observando, estaba a sus espaldas todos los días, a toda hora. La tenía cerca, tan cerca como su peor pesadilla lo había estado persiguiendo hasta acabar con su muerte.
Uno…Dos…Tres…Cuatro…Cinco…Seis…Yo era la bestia, aquella alma en pena. Sentía la cara caliente de furia, los ojos me ardían, mientras esperaba en el ático…
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