Deja el pucho, lucho.
Oye lucho, para de fumar, deja el pucho.
De a tres en la mano, con otro en la oreja listo para encender ¿Qué tiene que pasar para que empieces a entender?
-Es que es muy rico, me gusta su olor, el alivio que me entrega y su buen sabor. Me gusta después de comer, en la amanecida, antes de dormir y al medio día – le respondió lucho a su reflejo, que lo miraba atento al otro lado del espejo.
Ya po lucho ¿Qué vamos hacer?, suelta el pucho, si te mueres me voy contigo, anda vamos que soy más que un amigo.
-Lo lamento, nada puedo hacer, me domina, aspiran mi voluntad cuando los ingreso uno tras otro, humeantes por mi garganta, ya lo se, así nadie aguanta- y terminando su respuesta, se puso lucho otro pucho en su boca y lo prendió, su reflejo, con un aire de resignación hizo lo mismo, aspiró hondamente y soltó el humo que chocó contra el vidrio. Del otro lado y luego de botar el humo, lucho sonrió de satisfacción, quizás aliviado. Su reflejo, que para nada aprobó esa mueca obligada en su propia cara, súbitamente la rechazó y tornando su expresión miró secamente a lucho, se concentró en sus ojos y le dijo en voz alta – lucho, este es mi último pucho-.
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