El concepto de Dios para el que hemos sido programados, es ahora para mí, tan sólo un cadáver. Un recuerdo óseo guardado, indefectiblemente, en un podrido cofre de memorias, envuelto en gruesas cadenas. Hundido en el fondo de un profundo mar que a la vez que lo guarda, lo corroe; haciéndole sentir cada vez más débil y vulnerable. Sin embargo, el peso de su contenido lo hace permanecer anclado e inmóvil. Un contenido que desprecio intelectualmente, con 1.237 teorías en contra, pero que mi alma y hasta mi carne se han negado a despreciar por completo, movidas por su imperfección terrenal y humana, muy a pesar de que tales secretos son carroña y gusanos que se arrastran por el piso y que bañan de indignidad mi existencia. Indigno, así me siento al escribir esto. Indigno de mí mismo y de mis amigos. Talvez incluso de mi mundo. Me he ocultado de mí mismo, me he transformado en un bárbaro y por un extraño proceso de ósmosis humana y filosófica, lo han hecho quienes han estado a mi alrededor. Una manada, hasta ahora, tan sólo eso hemos sido. Una putrefacta manada, seducida por el engaño del Dios en que decidimos creer, nuestro dogma elegido, nuestra aferrada fe, un esqueleto finalmente. Sé que eso resta de todo lo que consideraba sagrado, una desnudez absoluta que desfila delante de mis pensamientos. Por mis dudas.
Un Dios desnudo que posee en su inmensidad e infinitud, un pequeñísimo punto de inmundicia, al propio Satán, a su antitesis. Mostrando su presencia Omnipotente mientras la Bestia reencarna mil veces desde el abismo, escupiendo fuego y muerte sobre tu vida, tal engendro es parte de su propia existencia, porque dentro de mi Dios famélico y descubierto, hay también oscuridad, aunque la inmensa luz no permita verla a simple vista.
Dudé de aquello en lo que creía, temí descubrir la maldad en la bondad, lo asqueroso en lo limpio, de girarle el cuello a la verdad, asesinándola. Temí enfrentar y vivir las llamas del infierno, aunque ni siquiera estoy seguro de saber ahora lo que es sufrir y ser feliz, cuando mis manos ensangrentadas sostienen los pedazos en que se quebró el Universo. Soñé con vivir en ese nebuloso y angelical cielo de matices y visiones romanas y griegas. Todo blanco, etéreo, plácido. Pude comprender entonces, la verdad ilimitada de todos los puntos de vista existentes y más nunca pude sino dudar de todo, abrazando el conocimiento eterno del descubrir a través de mi experiencia, los valores reales de cuánto me importaba. Siguiendo mis sueños y dudando de las teorías y preceptos, llegaría a la sabiduría de quien no abraza nada, flotando inevitablemente al Otro Lado. ¿Cuál? Uno, que no es éste, punto.
Intelectualmente puedo decirme que tal cosa, eso de la felicidad, no existe, pero entonces ¿porqué me siento triste sino existe la posibilidad de una situación opuesta? Y luego que la felicidad es el éxito de cuánto sueñas muy internamente. ¿Es el camino infelicidad y lucha, alpinismo de almas, orgasmo cósmico en la cima de la montaña, lejos de los profundos valles de inmundicia?
La lluvia sigue teniendo un profundo significado emocional para mí, el reto de la Naturaleza, un bautismo que me renueva mediante el vencimiento de un terror psicológico a la incomodidad, al frío, a lo desconocido e inconmensurable, al dejarme mojar por la lluvia sin importarme demasiado nada más. Comprendo ya la esencia del eclipse, más sigo admirando la luna en su etéreo brillo nocturno y al sol en su diaria muerte otoñal del ocaso. Yo mismo me crucifico a ratos, dejándome morir con ojos cerrados, durmiendo. Resucito de las pesadillas creyéndome otro, y a veces lo soy. Todo este abismo para darme cuenta que Cristo siempre vivirá en mi mente. No su enseñanza, ni su esencia, sino la charlatana sombra que dibuja el sacerdote. El cuadro de Jesús con su corazón ardiente, con un diamante y corona de espinas, mostrándolo poderoso y sufrido, en su rostro de mártir y su aura de santo. Su mítico rostro de película de Semana Santa, caucásico y bien parecido, nazi e imperialista. Admito con amargura que esa es nuestra impuesta y violenta herencia Judeocristiana de conquistados y sometidos, que no podemos negar, muchos menos olvidar. Aunque mucho lo desee. Tanto como intento negar mi infancia.
El cielo lo prefiero lleno de estrellas y nubes que de almas de impecables mártires de estatuas delgadas, estéticas y piel blanquísima. Toda esta ácida y cruel disertación que mañana no me creeré tan sólo para reconfortarme en un insomnio que no debería darme el lujo de tener, si deseo hacer lo correcto, ¿tiene el -hacer lo correcto- algún sentido?. Si lo correcto es sólo lo que deseas hacer. Aquí estoy. Sin Dios, sin verdades atadas a mi piel, ni yo atadas a ellas. Libre. Sabiendo que el dudar me llevo a la certeza de quien soy, al eterno conocimiento de mí mismo, y a la carrera maravillosa detrás de mis sueños. Libre. Libre y feliz. |