No sabia nunca cuando llegaría, ni el sol del dia ni la luna en la noche anterior se lo insinuaba. La naturaleza en complicidad le ocultaba su llegada, salvo algunos movimientos podían adelantarles su presencia.
LLegaba radiante, llena de vida y sabia que estaría quietamente esperandola, una mirada, una caricia y caía a sus pies, rendido de ese amor intenso que lo atormentaba.
Ella altiva, dueña de si misma lo manejaba a su antojo, mientras su cuerpo entero sobre el le demostraba el poder de su seducción; ella con gracia, el con fuerza.
Sabá que iban juntos en senderos luminosos de pasion y entrega; eran uno.
Quería que sus gotas de sudor reflejaran cada momento de entrega, hasta la despedida, hasta que ambos, con sus cuerpos cansados, desendieran uno del otro para dejar de ser uno.
En la partida habia caricias, miradas y en silencio el veía que ella se alejaba, contenta, satisfecha y con un recuerdo en su cuerpo y en su alma.
En cambio él ,sumido en la soledad, recordaba sus piernas, sus caderas y cada rincon de lo visto, sabiendo que la espera comenzaba, hasta cuando ella lo quisiera.
Y volvería muchos días, sigilosa, risueña, con miradas furtivas, buscándolo y lo encontraría esperando, esperando poder sentirla sobre él, sentir su aroma, ver su mirada y dejarse llevar por sus caricias.
En las noches de soledad, sumido en lágrimas de pena la recordaba y pedía una y otra vez a su Dios que le permitiera verla, que permitiera sentirla y en lo más profundo de su ser pedía un cambio.
Una mañana sintió su venida, sintió su presencia y su pena fue inmensa, sus dias estaban terminando, Pidió a la naturaleza quietud, rogó por serenidad quería poder gritar su nombre, pero la naturaleza no le había dado palabras para nombrarla, solo sonidos que en la neblina de la mañana se confundió en el tiempo.
Era sólo un relincho en la madrugada. |