Dormía con su cabeza apoyada a la mía. Yo, sin embargo, no sentía cansancio, sólo el hastío de aquel sillón y de ser el apoyo impávido de aquel ente soñante.
Fijé mi mirada en la atractiva silueta que bailaba unos pasos más allá, y que con sonrisa simple me invitaba a su lado.
Safé rápido mi obligación de niñera, dejando a aquella medio-infante apoyada en el cojín adyacente, mientras que con cada esfuerzo muscular por incorporarme, olvidaba las escenas de cinco meses de vanal autoconvencimiento.
La traducción Venezolana en labios que llamaban mi atención, gatillaron mi sonrisa de asentimiento:
Una mirada seductora, la caricia de los finos dedos de un Antogafasta latente y la ráfaga de rápidos y melosos sucesos que pronto concluían en mis ansias de trabar la puerta de su cuarto, para que los cinco meses que dormitaban en el sillón, jamás lo repararan.