Y el cielo descarna tu silencio sobre el enamorado muro que asciende en la espesura mientras la ciudad baila sobre el espejo de los charcos. Extiendes tus manos rasgando el infinito como un ave herida que aletarga su dolencia, no estás y el zumbido de las horas traspasa este silencio embravecido por la ida. A lo lejos el eco de tu risa se hamaca en el follaje de los tilos como una oleada de felicidad que no trasciende mientras la soledad me espera abrazada a las farolas de las calles embebidas de dolor. Suspiras bajo el humo como una marioneta del destino que no supo o pudo controlarlo paralelo al mundo de cemento que aguarda mi llegada; y no voy, la jugada ha sido irreversible amor, ya no hay más de mí. Detrás las luces encienden el verde de los bosques como una represalia a tu partida, me buscas desesperadamente aunque no esté con tus brazos atados al recuerdo. Y la luna se disuelve en tu silueta arrepentida, en la ausencia veraz de mis sentidos aunque me lleves dentro de tus sueños y no.

Ana Cecilia.