Un día desperté de mi sueño, cayó ante mí la ignorante inocencia que nublaba mi pensar y se me develó la temible realidad, que la verdad nunca desconocí, sino de la que vehementemente deseaba huir y allí me encontré con mis ilusiones rotas, un nudo asfixiante en mi garganta y mis lágrimas ansiosas de resbalar presurosamente por mis mejillas y casi llevándome a la máxima enajenación mental ese potente porqué, el cuestionamiento que sé no sólo es mío, sino de todos quienes no sólo piensas en sí mismos y que cuando piensan en todos los demás que les circundan lo hacen para bien, sin la más remota mala intención, aquel porqué busca explicarse hasta donde las bajas pasiones; débiles emociones, llevan a quienes las padecen a no importar devastar al que está al lado, tal vez, quien las siente alguna vez fue afectado de la misma forma por otra persona, sin embargo, en lugar de recordar su sentir de aquel entonces, es presa del deseo irrefrenable de hacer sentir esas tortuosas sensaciones contra quienes tiene la posibilidad, es más, yo también algún día pudiese caer en ese círculo vicioso pero ruego fervientemente a Dios nunca hacerlo, si es cierto, quienes actuaron hacia mí de tan nefasta manera consiguieron su objetivo, estoy sumida en una desesperación que trato de ahogar con algo de optimismo, pero se hace muy difícil, así son las emociones, no se pueden contener y si se trata de hacerlo se percibe que están aprisionadas ahí dentro, buscando la salida de diversas maneras, quizás tomando la forma de la tristeza, tal vez de la ira, aunque no importa cual sea la manera, de todas formas el alma ya está vulnerada y menoscabada y la mente alocada buscando la explicación de ese porqué e indagando inútilmente el desenlace de los acontecimientos para saber hasta qué punto uno se verá afectado por el daño de que fue objeto. |