El Intruso
"Deja mi soledad intacta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel de mi puerta". - Edgar Alan Poe.
Su voz aún retumba en mi mente. Una, tres, nueve horas, no lo sé y no creo que interese a alguien. Todo empezó cuando al clarear la tarde lo vi colarse por mi ventana. “Ya se irá” pensé y seguí con mi labor.
Lo escuché un par de veces, mientras manoteando, alejaba tan diabólico sonido de los límites de mi oído. “Ya se irá”, me repetía. Pero la noche llegó y con sorpresa observé al intruso posarse con descaro sobre mi mano. Con sumo cuidado acerqué la cara hasta que esas alas de malestar sonoro y ese aguijón de invención infernal pudieron ver mis ojos.
El infame volvió a cantar y con todo la malicia que fue capaz, me asestó una estocada, así, sin más. “Ya hizo lo que quería, ahora se irá” pensé con imprudencia, pero el intruso revoloteó sobre mí y buscó mi frente.
Lancé una, dos, tres palmadas con esperanza ingenua. Mis ojos buscaban un diminuto cadáver, pero mis demás sentidos seguían captando el incesante zumbido. De nuevo, el ardor penetró mi piel y grité como un maniático. Clamé por una escoba, un zapato, lo que fuera. Tomé el frío metal de la pistola en mis manos y con delirio salvaje busqué al intruso.
Tiré tres balas y agucé el oído. Nada. El silencio reinaba. Bajé el arma sonriendo y me dispuse a reunirme con Morfeo. Con un nuevo zumbido me sentenció desde la tumba y preparé delirante el arma una vez más. Un zumbido, una bala. Un zumbido, otra bala. Y esperé otra vez con el instrumento en alto. Los minutos pasaron y el intruso parecía haber desaparecido. Finalmente reposaba en mi cama en tranquilidad y sin la perspectiva de ser molestado.
De pronto, el intruso hizo su aparición con nuevas energías. La batalla empezó de nuevo: saltos, palmadas y manotazos. Dos, cuatro, siete balas y ninguna acertaba. En un momento de descuido, mi enemigo se posó en mi frente. Desesperado, tomé el arma en alto y disparé el gatillo...
Y la tranquilidad reinó de nuevo...
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