Hoy me siento a escribir pensando en cómo hablar sin que suene a literatura, sin frases llenas de metáforas ni construcciones elaboradas que enmascaren de estilo poético la verdad que me brilla en los ojos. Hoy me siento a escribir pensando en ti, en un ahora con el que comienzo una vida nueva, una oportunidad que ambos nos damos para descubrir, esta vez piel a piel, qué era cierto y qué no.
Me sale escribir de manera inconexa (como vos) que pienso en ti viendo una película como Princesas. No me preguntes por qué ni pretendas que te dé una explicación medianamente coherente, porque de mis labios sólo saldrá un ‘no sé’ que lo contendrá todo y no contendrá nada.
Podría escribirte que quisiera evitarte la nostalgia, a pesar de recordar que sólo sentimos nostalgia cuando hemos vivido cosas que nos hicieron felices. Para ser más explícita, te diré que a veces quisiera convertirme en Juan, en tus gatas, en tus sobrinos, en esos alfajores que tanto extrañas, quisiera sonarte a tango, a cumbia, quisiera ser lo bueno y lo malo de Buenos Aires y de Uruguay, quisiera hablarte como Víctor, como Julieta, como Nito… pero sé que escribirlo no es suficiente.
Podría escribirte que me siento muy bien contigo, que le diste a mis días un color y un olor diferentes, que ahora miro desde otro punto de vista, veo con más claridad. Podría escribirte también que me gusta pelearte porque es mi manera de decirte que te quiero, que contigo puedo ser mujer y puedo ser niña, que necesito de tus manos, de tus ojos, de tus palabras… pero sé que escribirlo no es suficiente.
Podría escribirte tantas cosas… pero seguirían sin ser suficientes y quizás te seguirían sonando a puro romanticismo de novela rosa barata.
Pienso, de manera inconexa, y me doy cuenta que no puedo hilar los paseos contigo por la catedral, tus manos en mi cintura, las conversaciones en la parada del autobús, los insultos para provocarte, para jugar, tu piso de película de enredos norteamericana, tus Siempre derecho a la villa y ese Se peinaba a lo garçón siempre sin terminar… no puedo hilar todo eso, te decía, sin que los ojos dejen de brillarme, sin que mis labios esbocen esa sonrisa que ahora visten a diario, sin que se me cierren los ojos para evocar tu imagen completa.
Me gusta la idea de formar parte de tu vida, y, como nos dijimos entre aquellas dos calles, tú con una cerveza negra en la mano y yo consumiendo mi cigarro casi sin darme cuenta, prometo no hacerte más promesa que mis labios en los tuyos y un abrazo sin previo aviso cuando la distancia sea menos que una ciudad, pero más que un silencio.
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