-Nuestra reconciliación se merece un escenario magistral, dijo el hombre, mientras apretaba con pasión la delicada mano de su amada. Eran las siete de la mañana de un hermoso día soleado.
A esa hora un avión sobrevolaba los cielos y los pasajeros dormían relajadamente.
-Mi amor por ti es algo que nadie podría poner en duda.
-¿Y por qué peleamos tanto, mi amor? La dulce voz de la mujer resonó en los oídos de aquel hombre como una campanilla melodiosa que enardecía sus sentidos. Desayunaban con ese apetito que se despierta después de los fogosos encuentros amatorios en la mesita de mantel florido que estaba junto a la ventana. Eran las 7.30 de la mañana.
-El avión sufrió un brusco bamboleo que despertó a los pasajeros. Uno de ellos, se levantó con torpeza y se dirigió al baño. El reloj digital marcaba las 7.32 de la mañana.
Los amantes se besaban apasionadamente y los rayos del sol matutino iluminaban sus cuerpos jóvenes, tornándose aquello en una escenografía candente a la que sólo le faltaba una melodía ad hoc. A las 7:45 salieron del edificio entrelazados y ebrios de dicha. El lucía una camisa azulina y pantalón blanco y ella un breve vestido rojo que realzaba sus formas esbeltas.
En el avión, en tanto, varios hombres se posicionaban estratégicamente en los cuatro costados y de pronto, uno de ellos, lanzó una terrible conjura, mientras enarbolaba desafiante en su mano izquierda una navaja. Los otros individuos extrajeron en el mismo instante sendos cuchillos con los que intimidaron a los pasajeros que se encontraban cercanos a ellos. El griterío estalló de inmediato y un hombre intentó desarmar a uno de los sujetos, pero este cercenó su cuello de una certera estocada. Las mujeres enmudecieron de terror. Dos individuos habían reducido a la tripulación, se habían apoderado de la nave y cambiaban la trayectoria de esta. Eran las 7:46 de esa agitada mañana.
-Te amo, te amo, te amo-repetía ella mientras besuqueaba con pasión los brazos fornidos de su pareja. ¿Por qué reñimos tanto si podemos ser tan felices?
-No lo se, mi amor, sólo tengo muy claro que después del Infierno, esta reconciliación me remonta al Paraíso. Y dicho esto, el muchacho enlazó la cintura breve de la joven y acercó sus labios pintados de un rosa malva a su boca llena y apasionada. El reloj de muchacho marcaba las 7:50 de la mañana y su corazón marcaba horas felices...
El desorden, los gritos, la angustia y la muerte, reinaban cada uno de ellos en sus patéticos cuadros individuales en ese avión de pasajeros secuestrado. Las manos expertas de los aeropiratas dirigían la nave hacia un punto predeterminado por ellos y sólo a punta de navajazos, los maleantes, encubiertos por alguna ideología oportunista, imponían su breve reinado del terror. Eran las 8 de la mañana y las delgadas nubes le abrían paso al enorme avión que cual pájaro desorientado, enfilaba un rumbo desconocido.
A las ocho, Arthur, el amante, ascendía junto a Sophie, su enamorada, al altísimo lugar en donde celebrarían el reeencuentro. Todo había sido previsto, subirían al mirador y contemplarían la ciudad con sus ojos asombrados, se tomarían fotografías con la mini cámara de la muchacha y más tarde, cerca de las diez, bajarían al restaurante del edificio para brindar con un gin con gin por la feliz reconciliación.
Un cuarto para las nueve, el avión descendió bruscamente y pareció que iba a aterrizar en algún desconocido terminal aéreo. La voz del aeropirata que comandaba las acciones, muy por el contrario, se elevó dramáticamente. Parecía arengar algo ininteligible. La última tentativa de un pasajero, motivada más por el pánico que por un acto de heroísmo, fue rápidamente sofocada mediante un violento puntapié que lo hizo rodar por el amplio pasillo de la nave. La ciudad crecía con velocidad, los techos de los edificios parecían rozar la panza del avión. Un minuto para las nueve, la nave enfiló directamente hacia el gran rascacielos que se erguía majestuoso en la gran ciudad.
Un minuto para las nueve, Arthur y Sophie, levantaban sus cristalinas copas con el traslúcido licor burbujeando en ellas. Los labios primorosos de la muchacha se aproximaron al líquido para sentir ese sabor dulzón que tanto le gustaba. Arthur hizo lo mismo y alcanzó a susurrar : -Hasta que la muerte nos separe-, justo cuando un estruendo que pareció remecer el edificio hasta sus cimientos, dio lugar al espanto desatado, a una orgía de gritos y llantos destemplados. A pocos metros de ellos, el enorme edificio había sido impactado y las llamas y el humo comenzaron a manifestarse como una pirotecnia macabra que sin desearlo sellaba esa apasionante velada...
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