A anochecido desde mi ventana, me siento a escribirte acompañada de una taza de café bien cargado, el aroma a tierra mojada que invade este lugar y por si fuera poco unas cuantas estrellas que tiritan incesantemente regalándome un poco de paz, y es que en medio de tanto silencio solo intento ordenar mis ideas y la verdad no sé por donde empezar.
Creo que desde un principio supe que tu llegada a mi estación era momentánea, ¡tenía que serlo! porque me había prometido no llorar, me había prometido no entregar el corazón, pero ya vez, mis palabras y con ellas todo mi ser se han desvanecido frente a mí, ahora solo quedan vanas promesas que se deshojan como margaritas arrastradas por el viento, y es que es tan fuerte la corriente que cualquier intento por aferrarse a su tallo es inútil, sin embargo yo hubiera escogido ser una chuquiragua, esa flor solitaria que crece en los páramos y que se protege a si misma cubriéndose de espinas, pero que sin embargo no deja de ser flor, no deja de envolver con su aroma y, además tiene la fortaleza de un roble viejo.
Quizá también pude intentar ser una hiedra y aferrarme y envolverme a ti para no dejarte ir jamás, pero sé que tarde o temprano te asfixiarías y me odiarías por quitarte tu libertad.
Sé que pude haber sido muchas cosas distintas a las que no fui o a las que no seré jamás, pero está claro que no quiero ser margarita, preferiría ser como la flor de un día, que caprichosamente se nutre, se fortalece y florece una vez al año, una sola vez aparece con los primeros rayos de sol, se muestra vigorosa, magnífica, intocable, pero a la vez sublime, frágil, majestuosa, es verdad que con la noche muere, pero su inmortalidad se esconde en sus pétalos desojados que al caer en tierra se convierten en la semilla de una nueva flor. |