Igual que un flechazo, aunque al revés, la vi, me vio y de inmediato surgió entre ambos un intenso sentimiento de repulsión. Agradecí, pues al cielo por no haber tenido la oportunidad de haberla conocido antes y me pareció ver en su rostro que ella había pensado exactamente lo mismo.

Que gran alegría siento al imaginar bellos paisajes, idílicos amaneceres, inolvidables caminatas y no tener que compartir estos hermosos momentos junto a ella.

Cuanto placer experimento al tener conciencia que no tengo necesidad de acariciarla, ni besarla ni mimarla y menos decirle en su oído: -¡Cuánto te amo! Es claro que ella piensa lo mismo y así, odiándonos desde nuestras vísceras, con la reciprocidad de la repulsa dibujada en mi rostro y en el de ella, alzamos una gélida copa de champaña, luego de desairarnos con una danza que jamás realizamos, imaginamos algunas escenas de amor en que jamás nos entrelazamos y nos felicitamos mutuamente por no tener que compartir ninguna intimidad en ningún momento de nuestras alejadas existencias…