Tengo algo que contarte, decirte al oído el inicio de un cántico interminable que aprendí entre algas y sal. Una canción llena de gloria que viene subiendo por la encrespada marisma hasta la cúspide de las montañas, y pasa por tu ciudad cada día como un halo cálido entre tus piernas cuando sales del trabajo, y te acaricia el sexo sosegadamente casi sin que te des cuenta de ello como si fuera la mano mía o de otro. Te miro en las calles que habitas, las mismas que atravieso yo de mala gana cuando debo vestir y calzar como si fuera un caballero, ahí vas segura y risueña entre la gente- como en casa- dentro de tus pantis que ayer compraste; nada malo debiera sucederte porque las piedras pulidas que tus zapatos pisan es un amalgama seguro que armaron tus hombres como un rompecabezas, tus hombres que son tus padres y amantes y que mañana serán tus hijos. Esos hombres construyeron a punta de sudor y amistad el sueño que les pediste.
"Te amaremos hasta siempre, compañera..." dice en su estrofa este canto de los abismos, espero que cuando regreses de tu viaje a ninguna parte sepas mirarme, tocarme, releer mi rostro nuevamente, y te quede algo de fuego- en la voz al menos- como para decirme aún te amo, y que valores todo lo que por tí hemos hecho, y demos inicio a una larga tregua para volver a cometer esos excesos que nos hicieron felices en otro tiempo.
Y deseo además que sepas que todo esto que escribo no es un testamento porque no pienso morirme todavía, que pongas en una balanza todo el amor que desparramamos a diario para tí sin pedir demasiado o más bien gratuitamente.
Eso, decirte que no estoy solo a pesar de tu distanciamiento por conveniencia, o de tu mudanza a otro árbol.
Y que ahora te recuerdo como si quisiera abrazarte fuertemente...solo el tiempo dirá si fue cierto que tu también me amaste.