Hay días como hoy. Y no son pocos, eso me ha quedado claro con el transcurso de los años. Son días en los que uno no quisiera haber aprendido algo, pues ese algo rompe con los estándares de nuestras vidas y nos coloca en posiciones que no quisieramos estar.
Caminar en estos días es una tarea complicada. Nos volvemos lentos, con peso en las piernas y llagas abiertas en los pies, por donde escapa la poca sangre que tenemos y en la misma sangre se escapa un poco de la esperanza y la tranquilidad con la que nos fuimos a la cama el día anterior. Se abren nuevas llagas a cada paso y, por imposible que parezca, aún cuando nos detenemos a recuperar el aliento, las llagas siguen su camino por nuestra piel para unirse a la tortura de caminar al final del día.
Mañana, lo sabemos, las llagas habrán desaparecido y nuestros pies estarán intactos, listos para recomenzar cada uno de los pasos que hoy, por cansancio, dolor y lesiones, no pudimos dar. Mañana podremos retomar el camino y llegaremos a la meta con mayor rapidez porque hemos aprendido en donde no pisar, que zonas evitar para que la piel se mantenga sin heridas. Mañana podremos andar descalzos y casi flotar en la ruta que está trazada. Mañana podremos volar, desafiando a la gravedad sin que nadie se atreva a golpearnos con las leyes de Newton. Mañana soñaremos y elevaremos nuestras ideas por encima de todos aquellos obstáculos que hoy, sin piedad, nos destruyeron con precisión quirúrgica y tortura de tintes medievales. Lo sabemos. Lo hemos aprendido.
Pero no deja de sentirse tan lejos el mañana cuando el hoy aún no termina y no sabemos si en camino no caeremos muertos y desangrados en medio de llagas que ya se extienden hasta nuestro miserable cuerpo que no es capaz de soportar nada.
Caminar... no queda mucha opción... |