J.C., como lo llamaban los amigos, pertenecía a un grupo musical llamado “Los Hijos de Sión”, con instrumentos rudimentarios confeccionados por su padre, José, medio carpintero y medio artista. Una palangana y dos palos pequeños eran el elemento de percusión, con una hoja de Laurel se formaban los de viento, con pelos de camellos, entrelazados entre sí, más un caparazón de tortuga y una madera formaban el de cuerdas. La creación de las letras, voz y arreglos musicales eran el arte que aportaba J.C. Dispuestos en la plaza, todos los fines de semanas realizaban miniconciertos para amenizar al pueblo.
Aquí comenzó el gusto por el público, las luces y la farándula, me lo contó el mismo.
A medida que pasaba el tiempo, aumentaba el público que se deleitaba con su música, transformándose en un mito presente. No sólo tenían ritmo, si no que, además, en las letras de las canciones había un sentido. Eran historias de hombres nuevos, aquellos que surgen después de eventos revolucionarios. Eran sueños reales, un mundo de paz gobernado por un “Padre”, un tal Dios, qué los guiaba por el camino de la luz. Eran personajes de laboratorios quienes estaban bajo su gobierno, dispuestos en un acuario, con reglas de sobrevivencia, interpretadas como una mano gigante que disponía de sus costumbres ordinarias, de sus decisiones, vida y muerte. Cada canción, era la historia de algo inmensamente grandioso.
Jesús se caracterizaba por habilidad de aprender muchas cosas, además de ser un inquieto intelectual. Sus ideas y políticas de vida lo acercaban a la convivencia, como parte de una vida de ensueño. Al parecer, esos ojos almendrados, cuerpo delgado y atlético, más sus conversaciones lo hacían admirable para toda la gente. Ni hablar de la cantidad de mujeres que andaban detrás de él. Así llego a vivir su década de veinte años, exitoso, socialmente hablando, era un predicador en el acto, y ante todo, bello.
Estaba en conocimiento general ser el protegido de su madre, y quizás, ese acercamiento justificó la contemplación de todos los que se topaban con él. Ella le enseñó todo cuanto pudo: de cocina, aseo, conocimientos en Historia, Álgebra, Medicina, Filosofía, innumerables materias. Había sido educado con lo mejor de la época, y, claramente, María se encargó de darle todas las bases suficientes.
Su capacidad de manipular con facilidad lo hicieron acercarse mucho a su padre. Trabajaban muchas horas juntos. En una ocasión, José se cayó desde el techo, luxándose el hombro. J.C. rápidamente llegó a su lado, gracias a los conocimientos, logró posicionarlo, con vendas lo inmovilizó, y le recetó unas hierbas para aplacar el dolor. Su padre, agradecido, le dijo que “Sería un sanador de hombres”, fue otra de las frases que recordaba, que habían marcado su vida y que se guardaba antes de partir.
Contaba con capacidades de predicador, situación revelada en el canto, facilidad de aprender y aplicar conocimientos, su eventual amor al prójimo, y como esa actitud se reflejaba en las capacidades de admiración de la gente que lo rodeaba.
Al percatarse que le gustaba el público, y que tenía la praxis, buscó entre las carreras que más le hacía sentido, y decidió dedicarse a la actuación, inscribiéndose en diversos talleres. Supo del cine, locución, animación. Se adaptó rápidamente, en los escenarios se desenvolvía con total naturalidad hacia las cámaras, hacia el público, y sus interpretaciones de emociones eran inigualables.
Comenzó una vida de luces Realizó los contactos necesarios para conocer gente que participaría en su cortometraje, era una película que cambiaría el mundo. Necesitaba de guionistas, y buscó a los mejores. Acumuló a cuanto camarógrafo pudo, formando su propia productora. La obra comenzó a escribirse. Pasaron muchos veranos, no recuerdo cuantos, pero claramente su preparación no sólo consistía en la actuación, debía verse bien en pantalla. Una dieta e idas al gimnasio lo adelgazaron tanto, que llegó a preocupar a muchos del equipo. El cuidado de su pelo, lavado con hierbas y leche (método aprendido de su madre), y vestido de una túnica blanca, lo hacían parecer una estrella de televisión. Éste cortometraje, comenzó sus grabaciones sin miedo a las críticas, la idea era pesquisar emociones reales, situaciones cotidianas, en que los protagonistas eran todos, sin necesidad de ser actores, pero las grabaciones de éste estilo le daban un contexto histórico, un aporte a las naciones involucradas.
Pudo hablar con personajes públicos de aquella época, gente muy importante - emperadores, reyes, sacerdotes, entre otros - con el fin de entregarles su guión, y que lo aprendiesen. El pago total sería después de exponer la película en cartelera. Ahí enteraran cuanto eran las ganancias, y cuanto le correspondía a los actores invitados.
La situación económica de la región era regular, pero logró conseguirse un auspicio con la empresa de clavos “Durex”, que le ayudo para algunos adelantos que eran necesarios llevar a cabo. Con un par de monedas se consiguió al mejor actor del medio oriente, no muy conocido, para hacerse pasar por paralítico. Fue genial, un espectáculo, el sólo hecho de ver a éste personaje clamando por ayuda, por la necesidad de volver a caminar, y el sólo uso de las manos de J.C. le devolverían las capacidades de deambular nuevamente. Era un sueño real, y la fe se convertiría en la emoción popular.
Ni hablar de su amiga prostituta, que conoció en uno de los tantos “topless” que frecuentaba con la compañía (una forma de distracción para después de este arduo trabajo). Habían sido tanta las visitas a uno de ellos, que conoció a Maggi (nombre artístico), haciéndose muy amigo. Le expuso la idea de ser actriz, pero que para ello debía de aprender varias cosas. Ella accedió, y dispuesta a aprender, comenzó las clases técnicas de actuación – llantos desconsolados, gritos desgarradores, emanación de pena hacia el público –y de tolerancia al dolor. Lo demás fue fácil, el día de la filmación ya listo, y más aún, la frase que la daría un gran final a la escena: “Quién esté libre de pecado, que lance la primera piedra”.
Le comentó a Pedro, gran guionista, y además, Ingeniero en Minas, que necesitaba un truco para otra gran escena. Necesitaba caminar sobre las aguas, y como él, sabía que su especialidad eran las piedras, le pidió que creara algo para ello. La magia se apoderó de todo cuando J.C. caminó sobre las aguas. Claro que nadie sabía que el ingeniero había creado unas piedras semi – flotantes. Que manera de divertirse con aquello, mientras caían al agua los que le acompañaban, y él les decía: “Hombres de poca fe”. No había visto truco mejor, inclusive, yo fui una de las víctimas.
En forma particular, creo que el convencimiento de que Judas fuese el antihéroe fue lo que más costo. Invitándolo a una serie de restaurantes, lo fue comprando de a poco. Cada vez, le mostraba mayor parte del guión, hasta convencerlo definitivamente. A Judas le gustaba el hecho de ser el malo de la película a través de una canallada, ya que su intervención sería fundamental para el desarrollo de la película.
Así era el cine, el personaje podría llevar a la gloria al actor o sepultarlo. Judas aceptó, creyendo en la gloria. A él fue el único que se le pagó todo por adelantado, había que asegurarlo.
Así se fue dando el sueño lúcido de la película. Tal impacto provocó, que en la calle ya recibía comentarios acerca de las filmaciones, y sobre todo, los susurros de sus apodos eran secretos a voces: Rey de los Judíos, Príncipe de los hombres, Cristo, Nazareno.
Practicó mucho tiempo para el acto final, sus camarógrafos y guionistas tenían elegidos las escenas claves. Fue un entrenamiento duro, consiguió que en un circo gitano le enseñaran trucos para cargar cruces muy pesadas. Gimnasia y mucha pesa colaboraron para el gran acto.
Cuando todo estaba listo, el gobierno de la época (también colaborador de la causa), lo captura y condena. Éste mismo fue el que agregó a Barrabas. Total, la carrera de éste actor estaba ya deshecha por su tendencia cleptómana, y sólo conseguía papeles de extra. Fue fácil convencerlo.
Por el camino ya trazado pasó cargando la cruz; los látigos, que previamente fueron teñidos con pintura roja, dotaban las marcas de lo tétrico en su espalda.
Una vez en la cruz, todos lloraban a J.C. En el acto final, con ventiladores y mangueras hicieron ver la peor de las tempestades. Todos se fueron a sus casas después del acto de muerte.
En forma muy cautelosa, lo fuimos a sacar y lo escondimos en mi casa. Lo cambiamos por un cadáver. No sé bien que pasó después, otra productora se hizo cargo de la continuación, había conseguido los derechos. Nosotros ya habíamos terminado todo nuestro trabajo.
J.C. se había dado cuenta de que la película había y habría de ser un éxito mundial. Por ende, como todos los buenos actores, aquellos en que el personaje se carcome al actor, tenía que desaparecer. Les pagó a todos con la recaudación en el acto final, no quería tener deudas, tomo sus pocas pertenencias y se marchó.
No sé donde, a la India quizás, al Medio Oriente; dicen que formó varias agrupaciones de pro ayuda a la comunidad, entre varias hipótesis, la que más me convence, fue que viajó al Norte, que se casó con una buena mujer y que tuvieron tres hijos en nombre del Padre, el Hijo y Espíritu Santo. Se los digo yo, que era conocido como Pablo, el Apóstol, pero en realidad, mi cargo era de editor.
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