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Mi vida era una línea que salía de la cocina donde dejaba a mi mujer a las siete y treinta de la mañana, se quebraba dos veces antes de llegar a Correos, engordaba en un punto durante ocho horas, y se doblaba al regresar a casa a las cinco de la tarde.

Supongo que fue el aburrimiento. Todo comenzó el día en que abandoné el camino que hacía siempre después del trabajo y atajé por el descampado. Iba detrás de un pelo corto de mujer cuando me di cuenta de que ella miraba hacia atrás varias veces. Parecía asustada con mi presencia y eso, en lugar de molestarme, me produjo algo de excitación y me hizo sentir importante. Los dos cruzamos la carretera y allí nos separamos; ella se desvió hacia las casas rojas de la derecha y yo a las ocres de la izquierda.

Durante la cena, mientras daban las noticias en el televisor, sorbía la sopa y masticaba la pescadilla de todas las noches, recordé el incidente y sonreí divertido. Mi mujer me preguntó varias veces qué bicho me había picado, pero yo, por primera vez en treinta y cinco años de casados, no le conté nada.

Los días siguientes fui un poco más lejos persiguiendo a la mujer solitaria. La hacía correr, manteniendo su angustia, un trecho corto. Sentía el pulso acelerado y la sangre bombeando placer en mis sienes, durante un buen rato. Luego la dejaba marchar y me iba a casa.

La última tarde corrí detrás de una melena lacia recogida con un lazo azul, pero cuando llegó el momento de dejarlo, sentí que no era suficiente, que necesitaba más. ¿Hasta dónde la llevaría el pánico? Paraba, seguía. Paraba, seguía. Los dos exhaustos, jadeantes, sin abandonar. Bajó el desnivel hasta llegar a la cuneta, cayéndose y levantándose varias veces. Yo ya me había detenido pero ella siguió, aterrorizada. Se plantó en medio de la carretera, agitando las manos; paró un coche, se abrió la puerta delantera y su falda naranja y blanca desapareció en el interior.

Cenaba frente al televisor la sopa y la pescadilla, cuando el presentador dio la noticia. El asesino de autostopistas había vuelto a actuar dejando otro cadáver tirado en un descampado. Arriba, a la derecha de la pantalla, una línea se dobló cuatro veces en cuatro esquinas, luego se abrió en el espacio interior la fotografía de una mujer que sonreía confiada a la cámara. Sentí que en aquella línea cerrada, había quedado atrapado el resto de mi vida.

Texto agregado el 30-06-2006, y leído por 235 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
18-01-2009 Vaya forma de relatar un hecho. Suspenso, intriga, emoción...Me encantó Lola...Walter gerardwalt
30-08-2006 Es un texto impactante Lola, buenísimo desde la primera línea hasta la última y me encantó el final que lo dejas abierto a la imaginación de los que te leemos. Se siente la angustia del protagonista y luego los diferentes estados de ánimo por los que va transitando en su ¿locura?. Besos y estrellas. Magda gmmagdalena
09-07-2006 Muy bueno, muy bueno... entrelineas
07-07-2006 buenísimo, lo has bordao. Saludos. Nomecreona
04-07-2006 El tedio que llega a la intriga, al suspense y a la sospecha. Te felicito. +++++saludos ANTONIANA
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