Vestirse le toma siempre más tiempo del debido, termina poniéndose lo primero que se probó y sale diciéndose con cierto enojo que debería preocuparse menos por algo tan insustancial como la apariencia. Sabe bien que tanto sus peores defectos como sus mayores cualidades no son del tipo que se puede disimular o realzar con el atuendo adecuado, dieta o ejercicio. Se repite con insistencia que no es una persona superficial y hace por convencerse pero en el fondo no lo logra del todo. Es muy común que haya divergencia entre las juiciosas determinaciones que logra su corteza cerebral y lo que impone su primitiva amígdala. No hace falta decir cual de las dos lleva la ventaja.

Conduce mecánicamente ya, su concentración se ocupa en cantar; con las ventanillas cerradas ahora que el aire acondicionado se lo permite. A pesar de que se entrega al momento por completo, nunca pierde noción del tiempo y el espacio, es por eso que el recital se reduce a un “pianissimo” murmullo en cuanto otro automóvil se detiene a su lado en el semáforo. Ha decidido tomar el periférico, una ruta un poco más larga pero con menos interrupciones.
Luz verde, pisa a fondo y dirige la orquesta con un dedo y un botón por batuta:
“Two, three, four, I have got you, under my skin...”.
A pesar de ser una persona fuerte, sabe bien que no soportaría la carga de las exigencias autoimpuestas si no fuera por las escapadas momentáneas que se permite, de este y otros tipos no necesariamente igual de saludables.
Es la verdad, es una persona fuerte e inteligente, a juicio de algunos, talentosa incluso. Su desempeño en más de un área suele ser mejor que el del promedio de la gente, con todo y que a nivel instintivo, no siempre encuentra una justificación para esforzarse al grado que su conciencia exige. Otra vez la amígdala.

Aquel tema es aparición recurrente en su cabeza y en su discurso; la belleza y el éxito son subjetivos, no hay estándares universales, los arquetipos actuales son un engaño mercadotécnico, la persona normal no es como la hacen ver los medios ni es capaz de los logros a cuya persecución se le incita. La conclusión es consistente: es inútil tratar de cambiar en ese sentido, lo que conviene cambiar es la idea que se tiene de uno mismo. Su tren de pensamientos hace parada en el mismo lugar de siempre; su felicidad está en sus manos y solo en las suyas.
- ¿Qué demonios me pasa entonces?, ¿hasta mis debilidades son más fuertes que yo?

Si tan solo pudiera soslayar las insuficiencias propias con la misma facilidad que las ajenas.
Mejor irse acostumbrando a la bendita amígdala.