Iba durmiendo en el viaje de vuelta a casa
Sentía aquél zumbido terrestre de las ruedas tocando el asfalto.
Caía una llovizna fría y el aire palpitador arrastraba las hojas de otoño.
Y sentí de pronto tu mano silenciosa sobre mi cara, sentí en sueños el raspar de tu barba en mi piel, el vaho de tu aliento cerca de mi boca.
En sueños creí que era tu brazo fuerte el que abrazaba mi espalda, pero el sueño aquél se fue disipando poco a poco y desperté en el frío de la carretera. Estabas tú, pero tus ojos miraban el vacío de la calle, miraban donde mis ojos no podían ver y tropezaban a veces con tu ira. Otra vez me fui en un sueño acuoso, pero esta vez estaba despierta, sólo en un momento de lúcidez pude divisar el trayecto y la carretera y en esa mirada temible, el encanto de otros días, tiempo en los que no hubo sueños ni ira, tiempo en los que no hubo muerte, como hoy. Y la vi de pronto en mi rostro, respirandome fuerte, riendose en mi cara y llevandose un trozo de mi alma, dejandome casi desnuda, pero tu lado.
Y hoy no te encuentras, estás perdido, te busco, pero ya estás lejos, me acerco, pero la distancia es enorme. Un momento de ira se llevó nuestro mejor momento y la muerte por su parte, aquél trozo de alma que me decía que debía amarte sin recelo. |