Como el agua en mi ventana se ha posado la tristeza, y como mi cuarto lleno de tic-tac me he colmado de ira e impotencia. Y en el deleite de cuatro paredes estrello las almohadas, y en mi lecho que tolera mis golpes he de descargar parte de mi horrible cargamento.
Con la cortina a medio cerrar y el cuarto a media luz, con mis pinturas coloridas que ahora veo irónicas, y la puerta…
El cuadernillo a mano que me susurra “mira hacia acá, cuéntame todo y olvídate”, que como poesía sea, droga tranquilizante se ha de volver, mi adictiva y única droga, mi droga…
Ven… ven y háblame, dime algo en otra lengua, algo que yo no entienda, pero libera tu voz, y dime una mirada, y mira un verso escuchado y abrazo suave, un buen hombro…
Cubre tu manto esta tempestad, pon tu mano y detén el viento, y tus ojos… déjamelos a mí…
Que esta ira se guarda y esta pena se amarga, pero el cantar intacto en mí y el corazón danzante, aunque muera de angustia y enferme de injusticia, aunque salga de la calma, se esconde, temerosa de mis arrebatos, mi parte alegre.
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