Me arañaron el pecho por dentro. También fue raro, muy raro. Sus piernas extendidas hacia arriba como una puntiaguda escuadra, me recordaron las revistas Hustler de mi tío Olegario. Así sin verle la cara, me dieron ganas de masturbarme, y lo hice. Tuve cuidado de que no me viera, no se porqué. Ahora sí creo en las vueltas de la vida. Con un par de tragos y 35 años encima, aprendí lo fácil que es atravesar ese umbral. Me acordé del riachuelo del camping donde veraneábamos con la familia. De repente me vi reflejado en la rama debilucha que cuando niño lanzaba al agua antes de la caída en la cascada, vulnerable como ella sola. La mezcla de sus gemidos, mientras el otro la penetraba como con cuchillo, sacudieron mi conciencia. Por eso me metí más cocaína en las narices y casi vacié la botella de alcohol puesta sobre el velador. La otra mujer se me había perdido. Con la idea de ir en busca de más hielo, había bajado al primer piso de la casa, haciendo gala de sus carnes sueltas, adobadas de mi semen. Confieso mi ira por haber durado menos que los otros. Ella se encogía impúdica y casi con furia apretaba las nalgas del dueño de casa, como expresando su deseo de más fuerza. Algo muy extraño me provocó verle la cara. Era distinta esta vez. Para seguir los pasos y verme consecuente, saqué fotos con la cámara del teléfono. Debo confesar que me dieron ganas de dejar un escándalo cuando ella permitió que él la penetrara analmente. Ni hablar de cuando bebió su semen. Allí su boca se desbordó. Y pensar que todo partió con las apuestas en el dominó.

Al día siguiente nadie habló. Ni cuando bajamos por el ascensor, ni arriba del auto de vuelta a casa. Al salir, los dueños dormían a pie suelto. Como las cinco pasamos a buscar a los niños a la casa de mis suegros.