Paseábamos un domingo por el parque entre los cerezos en flor, la tarde era apacible, una típica tarde de domingo. Tu estabas hermosa, con el sol en tus cabellos, y yo estaba contenta de tener entre las mías tu mano.
Nos sentamos a ver jugar los chicos en las hamacas cuando tu vista se posó en el lado contrario del parque, algo te había llamado la atención una fugaz mancha amarilla que cruzó el camino pavimentado que va por el medio del parque, -¡un gato!- me dijiste, y lo seguiste con la vista y descubriste muchos más, toda una colonia de gatos, los gatos del parque te dije, era tu primera vez que los veías.
Porque los abandonan me preguntaste y yo no supe responder, algún dueño habrán tenido, porque los dejan abandonados insististe y seguí sin saber qué decirte.
Tal vez estén mejor acá que en sus antiguas casas, tal vez no los querían, optaron por lo más fácil, tu mirada se iba entristeciendo con mis palabras. Nos quedamos en silencio. Algo en la tarde se había roto, tal vez una realidad que no veíamos, que no veía.
El tiempo pasó y los gatos del parque se volvió un tema frecuente entre nosotras, siempre algún comentario me hacías yo seguía sin saber qué contestarte, es parte de la vida te decía a veces. fue como una pequeña obsesión tuya, los gatos en el parque -¿y de que se alimentan?; ¿Dónde duermen?, ¿los perros no los atosigan? tu intriga con los gatos no cesaba, paso a ser algo rutinario pasar por el parque para tan solo verlos, para comprobar que seguían allí.
Hoy sigo mirando a los gatos, en el mismo banco que otrora usáramos, ya no tengo más tu mano entre las mías, ellos siguen estando y yo por más que me diga que es parte de la vida lo que nos paso, no puedo comprenderlo, esas palabras que te decía no me llenan.
Hoy los miro, me ha quedado la manía de venir a verlos, a saber que siguen estando, que van a seguir estando, tal vez mi único lazo contigo ahora sean los gatos en el parque.