COSAS DEL AZUFRE
Sobre el limite con Perú, bañado por las aguas dulces del lago de aymaras, quechuas, inkas y urus, estaba este pequeño poblado, un pequeño oasis en medio de las tierras altiplanicas que contornean al gran cuerpo de agua, a partir de la plaza se alzaba un cerro olor a azufre y en el se trepan las casas colgadas de las nubes y sostenidas por las olas, ahí habitan sus serenos y eternos moradores, callados y amables, todos indígenas: con sus bellas y ondulantes polleras abanicaban al aire estancado del lago, sus cabelleras trenzadas por las vírgenes de las islas y los hombres regios representantes de la sangre digna mestiza; dueños de la pura verdad de las madres: tierra y agua.
Llegamos en la mañana para hacer el diseño del sistema de agua potable, trabajamos todo el día bajo el seco y determinante sol, ese que no te humedece de sudor si no el que te pela como haba hervida y en la noche cambias de piel cual culebra. Terminada la jornada nos ofrecieron una casa para dormir, esta en medio entre la tierra y el cielo, asentada sobre el cerro que se pintaba de azul por la presencia cuaternaria de azufre a flor de tierra, a golpe de vista (dicen que es el mineral que evidencia la presencia del mal, de Satanás y demás fuerzas malignas). Después de una agradable cena sentados en los catres de cada quien, decidimos calentar la noche que empezaba a enfriar, el lago como turbión crujía en las playas y sus ecos endurecían el ambiente con mas frió, uno de los ingenieros listo para la eventualidades de su mochila saco una botella de espirituoso contenido, al terminarla entre risas e historias un alarife saco una botella mas para dar continuidad a la velada que se pintaba de color hormiga, al terminar aquella segunda, se decidió adquirir una tercera y una cuarta, pues no era ni tarde ni temprano, apenas nos separaban una cuatro horas para el amanecer, el problema era quien iria a comprar, el único lugar a esa hora podría ser el bar que se encuentra al lado del control de migración en la frontera, pero para llegar ahí había que descender por el azul cerro, pasar por la plaza y caminar unos cuatrocientos metros mas. No había temor que alguien nos pueda ver, pues no es muy bien visto que los ingenieros estén bebiendo mientras los demás pobladores estén durmiendo, era muy temprano para que alguien estuviera caminando por las calles de tierra. La suerte lo iría a decidir, se presento una mano con seis palitos de fósforo pero uno de ellos no tenía la cabeza rozada, se le había fracturado y desechado, el que vaya a sacar aquel tendrá que hacer el periplo para traer con premura dos botellas más sus correspondientes mezcladores. La providencia me señalo el palito a escoger y este sin cabeza rosada. Me puse los pertrechos necesarios para enfrentar la oscuridad y el frió: una chamarra, un gorro, par de guantes y una linterna me acompañaban, baje sin vacilaciones el azul cerro, siguiendo el sendero dibujado o siguiendo el rumor del lago, no lo se. Cuando llegue a la explanada donde se alzaba tímidamente la plaza de pisos baldosados, un viento me golpeo el rostro y sentí gotas del lago escurrirse por mis ropas. Me prendí un cigarro y empecé a caminar sobre la diagonal de la plaza, en eso una imagen de una silueta borrosa como salida de los vapores que se emitían desde el lago y llegaban al extremo de la plaza vi, la adivine de mujer, sin certeza; mientras me acercaba sin temor y con mayor curiosidad la divise perfecta a unos diez metros, con su mirada clavada sobre mi ojos, vestida toda de negro, un gran abrigo que flotaba sobre el aire, una camisa y pantalones también negros dibujaban la perfección de sus formas, el cabello suelto en filigranas serpenteaba el cristalino vapor que la envolvía, al cruzar ella giro la cabeza y me sonrió, la imagen era sobrecogedora, me quede con el cigarro entre los labios, paralizado no supe si podía aun caminar, quise darme la vuelta para seguir su trayecto, pero me acorde del mito de “la viuda de negro” la describen bella, alta y con mirada penetrante con la que cautiva a los hombres, los lleva a lugares desconocidos, y nunca mas se sabe de ellos, dicen que lo hace por venganza de un hombre que la dejo y al que luego lo mato, desde aquel trágico suceso persiste en hacer cumplir su sentencias a todo hombre con el que por infortunio se cruza en su camino, la señal de interés por ella es darse la vuelta después de haber visto sus bellos ojos negros. Con toda la seguridad de haberme cruzado con la viuda negra y haber sobrevivido, camine de prisa los cuatrocientos metros que me restaban, al llegar al bar me senté con unos cristianos a los que les conté mi encuentro, coincidieron que se trataba de la viuda negra, pues en el pueblo no había ninguna mujer que no vistiera polleras ni que tenga la altura que yo describía. Bebí con ellos hasta el amanecer, pese al frió que me trepaba desde las planta de los pies hasta terminar como una llaga en las mejillas, pero prefería mantenerme en aquel seguro bar y no volver aun de noche por temor a que me estuviera esperando en la oscuridad, Cuando el día pinto de azules, celestes y ocres al pueblo, volví a la casa descongelándome con el sol hasta llegar donde estábamos alojados. Al entrar me encontré con la “viuda negra” echada en la cama del ingeniero jefe: era su mujer y lo había venido a recoger, su movilidad la guardo en un garaje al otro lado de la frontera y camino sin miedo a nadie hasta la casa, después de que el por teléfono le explicara en detalle como llegar. Al salir ella y el ingeniero se fueron de paseo por Perú y el resto volvimos a La Paz.
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