Es difícil imaginar lo terriblemente tediosa que puede ser la vida si formas parte de la troupè de un circo. Todo el mundo relaciona el circo con entretenimiento, diversión, espectacularidad… y están en lo cierto, pero también hay tedio, rutina, envidia… como en cualquier otro trabajo. Desde el más espectacular trapecista hasta la glamorosa contorsionista, pasando por el gracioso payaso y el mítico mago; todos somos seres humanos, y una vez que nos despojamos de la careta de estrellas del circo, nos enfrentamos a las miserias particulares de cada uno, que en caso del elenco circense son muchas, variadas y hasta insólitas. Por ello cada quien tiene su afición particular: La bebida y/o la cocaína, coleccionar estampillas y monedas, travestirse, escuchar reggae o todo lo anterior a la vez. La mía es muy convencional y simple: Me gusta el sexo y soy gay (eso en una comunidad como la mía no es ningún problema, ya que hay suficientes extravagancias aquí como para montar un freak show paralelo a las funciones); tengo mi pareja, que se llama Folofo y es uno de los payasos del circo. Bueno, en realidad no se llama Folofo sino Sinforoso, pero ese nombre es tan o más feo que su mote artístico.
Claro, no les he contado nada aún sobre mi, me llamo Ismael, como el de Moby Dick; y también tengo una obsesión por algo corpulento, aunque en este caso no es una ballena, sino mi Folofo, y sus congéneres, esos osotes grandotes, carnudos, peludos y bonachones. Yo soy acróbata, a veces también hago de animador, y alguna vez he sido hombre bala, pero se me da mejor lo primero. En los ratos libres, y desde hace ya varios años, visito el trailer de Folofo, lo despierto (generalmente está durmiendo) y me dedico a obtener y proporcionar placer. Nos complementamos bien, yo idolatro sus gruesas piernas, su pecho de peluche, sus brazos gordezuelos, y su sorprendente habilidad en la cama. El gusta de mi cuerpo elástico cubierto de suave vello y de mi maestría oral, que lo deja completamente vacío en cada sesión, en las cuales Folofo me recompensa abundantemente con su perlina, espesa y cálida esencia, y en ocasiones me permite adentrarme dentro de su mullido interior y armonizar mis espasmos con los suyos hasta perder la conciencia de mi ser y desear fundirme con el.
La cosa iba bastante equilibrada, ambos disfrutábamos de nuestra compañía discretamente, la comunidad del circo nos aceptaba (o se hacían los locos), experimentábamos nuevas modalidades de disfrute, nos dábamos cariño., compañía y humor sin atosigarnos… una bellezura pues, como dirían mis amigos mal hablados del suburbio en el que nací. Hasta que llegó Marduf el domador de fieras. Por supuesto, Marduf es su nombre artístico, porque su nombre real, que es Duane Porras, no sirve para nada más que para identificarse como gringo hijo o nieto de latinos. Pero el decía que era gitano, e insistió para que lo dejaran probarse como domador. Y es muy bueno en su oficio, el desgraciado. Entonces, adiós al gran Zulé , que era el antiguo domador, más bien insípido por cierto, y bienvenido Marduf el gitano. Marduf es alto, moreno, musculoso y dueño de una sonrisa de dentífrico que va muy bien con su barbita candado. Desde el principio traté de hacerlo mi amigo, pero el se comportó bastante distante siempre. Alguna vez me dijo algo así como que los tigres y las nutrias no se llevaban bien, pero creía que hacía referencia al oficio de doma.
Hasta que una tarde me di cuenta que los tigres y los osos grises si se llevan muy bien.
Me dirigía al trailer de Folofo, y la puerta estaba extrañamente entreabierta. Así que me escurrí dentro (soy acróbata, recuerdan?) y pillé a Marduf y Folofo en plena función. Marduf montaba a Folofo, quien bufaba de placer, y parecía estremecerse al ritmo de los secos golpes que el pubis de Marduf daba en sus cuartos traseros. Por supuesto que ese espectáculo ocasionó en mí una erección formidable, y a la vez una rabia incontenible. Pero el morbo pudo más que la ira, así que disfruté la sesión hasta el final, con cambio de posición incluido.
- Esteee… ¿puedo pasar? Atiné a decir
- Claro, galán, pasa, pasa, lástima que ya terminamos! Acotó sonriente, triunfante y cínico el intruso.
La cara de Folofo era un catálogo de gestos de impotencia y vergüenza.
No voy a atosigarlos con el largo diálogo que allí se produjo, pero les voy a regalar unos extractos que resumen muy bien lo ocurrido:
…(Marduf) – Mira hijo, yo soy un tigre, tu una nutria. Nunca tu y yo podremos unirnos en el lecho como se debe. Pero tanto tu como yo somos compatibles con el oso gris ¿entiendes?.... (por supuesto que entendí, pero esa teoría es tan absurda…)
…(Folofo) – Además, tu también te acuestas con el viejo Valsangiácomo, el de administración… o no? Entonces no critiques que yo también tenga mis alternativas (es verdad, pero nunca me imaginé que se sabría, con lo enclosetado que es ese viejo y la cuaima que tiene por esposa…)
…(Marduf) – Es que Valsangiácomo es un león marino, y por tanto compatible contigo, que eres nutria (y dale con ese cuento de las compatibilidades faunísticas…)
…(Folofo) – Claro que te dejaremos ver, mi amor ¿verdad, mi tigre?
…(yo, extendiendo la mano) - ¿Amigos, entonces?
Asì ha sido la cosa. Marduf es ahora mi amigo (o algo así, ya que con los gitanos nunca se sabe), Folofo se comparte bien entre el y yo, y ahora está de mejor humor (tan cachondo el viejo, quien lo diría…), yo le echo mis tiritos al Valsangiácomo cada vez que puedo (o cuando la eterna vigilancia de la cuaima lo permite), Marduf ha actuado como el macho de casi todas las bailarinas y como la mujer de algunos mozos de cuadra, pero a mi Folofo me lo trata bien… en fin. Somos como una cadena humana.
No se si ese fenómeno se da también en otras partes, o si solo ocurre en este circo, tampoco se cuanto durará ni si es bueno o malo. Lo disfrutamos y ya. Pero es una situación cautivante, quizás algún día cuando mi cuerpo ya no esté para maromas y acrobacias deba abandonar el circo, me dedique a estudiar psicología, o algo así, (que no soy tan bruto como parece) para tratar de entender estas interacciones que tanto me gustan y me interesan. También me gustaría saber un poco más de esa teoría extraña del domador de fieras, esa fantasía de que el es un tigre, y Folofo un oso, y yo una nutria, y todo eso. ¿De donde saldrán tales disparates? ¿será un mecanismo de defensa, algún método para salir invicto de los posibles embrollos? Absurdo, ¿verdad?
Aunque a veces, cuando el sol de la tarde se cuela por las romanillas del trailer, el claroscuro vespertino juega con la musculatura de Marduf y con la enorme masa de Folofo, y por un instante creo divisar a un rayado tigre de bengala saltando para devorar a su presa de ocasión, el oso gris.
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