Enhiestos a los tattva sobre mi,
con el poder conferido por la cadena,
de mis santos maestros,
a los cuales les ofrezco mi respetuosa obediencia,
e invoco con el poder de mi nombre secreto.
El sonido de mantras se montan,
sobre el lomo de Akaza,
sus casquillos luminosos…¡dejan ciego!
soles y lunas; cierran sus ojos.
¡Y calla la aurora!, ¡los astros se hacen sordos!,
¡A grandes zancadas, lo alcanzan todo!
El agua agitada…¡ya no!
¡escucha la luna!.
Su parpadeo se demora resignado,
el cuarto menguante ya no puede retroceder.
dimitida ya la menstruación de su control,
los Pizachas abortan a sus incubos y subcubos.
La tierra de cementerio conjurada,
es denegada por el polvo de sandalias,
de Sadhus en sus oraciones de día y de noche.
Por mi invocados,
el fuego de amor sincero,
he extraído gotas de sudor que navegan.
por mi sangre y los siete mares libre de anatema.
En los bosques danzan jubiloso los elementales,
mientras las aves trinan oraciones naturales,
el viento silva sobre las cañadas,
las nubes se sonrojan en arreboles.
Y marcho por la estela dejada por mis mayores,
a mi punto de encuentro.
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