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Camila era una de esas hembras deseosas de encontrar su otra mitad, su pedacito de verdad. Alegre, siempre dejaba ver por detrás de su Parissien una sonrisa fácil y algo diabólica. A veces elegía un muchachito del montón, y allá en los bosques o en su cuartucho al ritmo de Los Redondos, lo embebía de placer efímero y profundo, una pequeña porción de su sabiduría milenaria. En otras ocasiones se juntaba con los vaporeros del barrio y entre alcohol y pegamento, les hablaba de la grandeza a la que podemos aspirar si comprendemos el mensaje expuesto en los vientos que soplan por los valles. Que el individuo individualista, en su totalidad, no es mas que un pobre decadente, buscando mostrarles a los demás cuan superior es.
“I celebrate myself, and sing myself, And what I assume you shall assume, For every atom belonging to me as good belongs to you.”
Les repetía una y otra vez, colocando un gran énfasis en el último verso. Ellos la miraban, tan solo la miraban.
¡Que dolor te bancás Camilita! Solo porque vos sabes bien que para cambiar un poco la comparsa, hay que bailar en ella. Fingís seguir el paso de la multitud, pero en cualquier momento de descuido vos metes tu bocadillo (tu porción de dolor, de angustia, de amor).
Ella recuerda hoy risueña y a la vez nostálgica, los momentos de descuido de su madre a la siesta. Se escapaba por una ventana de su pieza que daba a la calle Perón e iba con la Ivy y Luz al “Arbusto”. Allí luego de platicar un rato sobre los nuevos descubrimientos del mundo adulto, comenzaban el ritual. Luz hurgaba cuidadosamente entre la mata de calafate y de allí sacaba una caja roja y blanca que contenía los cilindros que aplacarían sus ansias de rebeldía. Se encendía un cigarro y todas estaban expectantes por el lugar del tiempo en el cual les tocaría dar su seca. Terminado esto se devolvía la caja al lugar secreto e Ivy repartía caramelos de menta, para evitar el “aliento delator”.
Hoy esto es un recuerdo de niños, con 18 años, vive sola, y sabe bien como sabe el ser adulto antes de tiempo. Su madre la echó de la casa a los 15 años por ser una joven “extremadamente cambiante y en consecuencia insoportable y puta.” No espero un instante mas: guardo sus libros, sus remeras, los Casetes de los Redondos y partió para lo de Pato, un flaco de 20 años que era su compañero sentimental del momento. Allí vivió el tiempo suficiente para conseguir un trabajo estable y darse cuenta que ella no podría tener, por el momento, una relación firme, ni con Pato, ni con nadie. Encontró una pieza de cuarta que alquiló por un exiguo monto y se mudó de la casa de Pato.

Texto agregado el 29-06-2006, y leído por 121 visitantes. (0 votos)


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