Continuación



Ambos notaban que estaban despiertos.

Pedro, más inquieto, le preguntó a Dani en voz baja... - ¿Qué diablos estarán haciendo ahí fuera?

- No sé, han encendido unas velas y parece que se han reunido alrededor de la mesa.

- ¿Estarán haciendo Vudú?

- No sé. Espero que no sea ninguna encerrona. Ya no me fío de nadie, ni de Leo.

Callaron para poder escuchar alguna frase que les diera pistas sobre lo que allí sucedía.

Del comedor llegaban rumores poco audibles, no se apreciaban palabras claras. Se suponía que era la voz de Juan la que hablaba pero su tono no permitía ninguna interpretación.
Cuando su voz enmudeció, hablaron a coro el resto de reunidos. Parecía una oración por el ritmo y cadencia de las frases ininteligibles.

Al finalizar, se impuso el silencio, un silencio pesado que intrigó sobremanera a los que intentaban sacar alguna consecuencia desde la habitación.

- “¡Hijos de las mil putas y de las recontraconchas de su madre!”

Fue un grito claro y contundente que salió de la garganta de Eliana pero con una voz masculina.

Dani se estremeció y agarró el brazo de Pedro. Callaron para escuchar mejor.

-“¡Dejadme en paz!”

(Murmullo de Juan apenas audible)

- “¿Quienes son ustedes?” – Siguió diciendo la voz de Eliana hombre.

(Vuelve a hablar Juan en voz baja)

- “¡Que te parió. Habla más alto!”

- Te decía que somos amigos, que te han traído aquí para ayudarte. ¿Cual es tu nombre?

- “¡Y qué carajo te importa a vos!”

Pedro apoyó su mano en la que se había sujetado a su brazo. No se atrevía a hablar por si pudiera ser escuchado. Al fin se decidió: - Esto es una reunión espiritista. – dijo en voz tan apagada que tuvo que repetírselo a Dani.

- “En la pulpería estaba con un amigo cuando, de pronto, me veo aquí rodeau de pelotudos alrededor de unas velas”

- También podrías vos contener ese lenguaje, hombre.

- “¿Qué querés de mí?”

- Quiero que despiertes de un largo sueño, amigo sin nombre.

- “¿Cómo sueño, pero cómo sueño si estoy más despierto que vos?”

- No, mirá, estabas como en un sueño. No te enojes. Observa de nuevo la pulpería y dime lo que ves a tu alrededor.

- “Veo a la Pascuala detrás del mostrador dando brillo a la madera. Mi amigo y yo sentados junto a una mesa y ahora entra el gaucho Manuel, a quien le robé la novia anoche. ¡Que buena noche!
Me mira desafiante y desenfunda el facón.
¡Hijo de mil putas! ¡¿Qué hacés?!
¡Me lo clavó en el pecho el conchudo!...
Ahora no veo nada, sólo luz”

- Poco a poco irás viéndonos a todos los que estamos aquí, como antes. Cuando así sea me lo decís, ¿eh?

- “Se me va aclarando la vista. ¡Que macana, sandiós!”

- Seguís vivo, amigo, pero de otra manera.

-¡¿Cómo de otra manera?! ¡Sólo hay una!

- Te han traído para eso, para que sepas de qué manera vives ahora. Tócate el pecho.

- ¡Joder! este no es mi pecho, es el de una mujer, tiene tetas. ¡Yo no soy mujer, carajo!

- ¡Tranquilízate!... Pasa las manos por tu pelo.

- “...¡Joder, joder, este no es mi pelo, es el de una mujer!”

Su masculina voz tembló esta vez. Sintió que no tocaba tierra, que era y no era a la vez. Sin saber cómo lloró, lloró sin consuelo con llanto de mujer y todavía aumentó su desconcierto, su asombro.

- Calmate, hombre de Dios, verás cómo vas a comprender todo cuando te lo explique.

Has venido a esta reunión porque es hora de que despiertes a la vida del espíritu. Sí, la otra vida, que decimos cuando aún vivimos con el cuerpo.

Eliana sollozaba y escuchaba para él, con él. Él sollozaba a través de Eliana.

Los dos hermanos estaban sentados a los pies de la cama para oír mejor. No salían de su asombro, ni hablaban siquiera.



Continuará