Y otra vuelta me sujeta a la voluntad de estar contigo releyendo tus cartas, llamados, diálogos; giras abriendo el horizonte de los días, agazapando tu cuerpo a cada instante detrás de un caballito de madera como una brisa suave que nada la existencia. Tu mirada cubre el infinito que da vueltas en eternos espejismos, en los destellos de pequeño que aún guarda tu semblante como una melodía que mece a la intemperie; me amabas divagando en tu locura de escritor que no hace huella, recordando las mañanas juntos sin imperceptibles otros, sin después. Y río, despejo tu pelo de la frente que se esfuma con el aire, relato las historias que te gustan mientras tu rostro se ilumina en esta calesita de papel que se abre al mundo. No temes, el ayer se fue guardando en tu memoria para saciarte de las culpas, para extender tu profecía de ser y no el que esperaban mientras el tiempo navega una silueta sin amparo. Todo gira, las calles, tu mirada quieta desafiando al infortunio, el absoluto de los mares a la par de tu esperanza, la soledad, los libros, como un desconocido recorres la ciudad en busca de otros brazos pero nada crece hacia tu piel. A veces reconozco aquel hombre que creí que eras, otras sólo me lastima ese mundo paralelo que creaste dentro de tu mente, aunque nada cabe en mí, más que contemplar lo que habita en dos personas unidas por la soledad y el llanto.
Ana Cecilia.
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