Era el año 1950, todo transcurría con normalidad, solo algo, esta vez era diferente y es que todos se encontraban con los ajetreos para preparar lo que sería el matrimonio de mediados de siglo, que se realizaría dentro de muy poco, entre la menor de las hijas de un hacendado, con el único hijo del señor Smith. Que era el comerciante más adinerado de la región.
La pareja había sido presentada recientemente, pero solo se verían una vez antes del matrimonio, en la cena que ofreció la madre de la novia. Ese día, todos estuvieron contentos, celebraban con vinos de la mejor cosecha de uvas que habían producido y que habían dejado madurar para tal ocasión. Esa noche, después de la pomposa cena, Smith y su hijo debían partir en su caravana hacia otro poblado, pero el mal tiempo no les favorecía, entonces la señora de la casa susurro al oído de su esposo, escuchándose después que sería mejor idea que partieran en la mañana, pasada la tormenta. A lo que Smith acepto con gusto y agradeció las consideraciones. Ya muy tarde esa noche, todos se despidieron, una sirvienta acompañó al señor Smith a la habitación que le habían asignado y luego haría lo mismo con el joven. Las luces se apagaron en la casa y en pocas horas otra vez estaría claro y cada quien continuaría sus quehaceres. Apenas se reflejaban los primeros rayos de sol, cuando Smith y su hijo ya se alistaban para emprender nuevamente su camino, entonces, la criada tocó la puerta de la habitación del padre diciéndole que los señores los esperaban en la mesa; luego se dirigió a la habitación de la joven novia Catrina, cansada de no recibir respuesta, volvió corriendo a la mesa, donde ya se encontraban todos sentados, diciendo de manera muy acelerada que la joven no respondía y la puerta estaba con llave. Inmediatamente todos abandonaron la mesa rápidamente y se dirigieron a la habitación, efectivamente Catrina no respondía, entonces el señor Parronto padre de Catrina y un empleado, arremetieron contra la puerta hasta tumbarla. Dentro de la habitación se encontraron con todo muy ordenado, pero un detalle era lo inusual y es que su ventana estaba entre abierta, ella no estaba. No tardó mucho cuando llegó el gendarme a la hacienda e hizo preguntas a todos, sin encontrar respuesta. La “tragedia” era el cuchicheo de todo el pueblo, hablaban de ello hasta los sirvientes, y los comentarios eran de toda clase; variaban entre que ella había sido poseída por algún demonio o tal vez huyó simplemente.
Poco después, cansados de la búsqueda, el caso quedo en el olvido de la muchedumbre, pero no en el corazón de su padre ni de quienes la amaron...
No se podía creer tanta gente en las calles, la fe convertía la procesión en un evento trascendental, gentes de todas partes se hacían presentes en el lugar. Las mujeres dedicaban gran parte del año en diseñar las velas y la ropa que la virgen utilizaría para tal ocasión. Esa noche que había sido tan especial se convirtió en una de las más espantosas, cuando fue encontrado el cuerpo de un hombre en el patio trasero de la iglesia. La noticia no demoró, y en pocos minutos llegó la policía, un juez ordenó el levantamiento del cuerpo horas más tarde. La gente esperaba conmocionada mientras oraba por el difunto. Ese día después de la tragedia, todos volvieron a sus casas excepto uno… El comisario Rizzoto, tuvo a cargo la investigación. Cuando el cuerpo fue retirado se encontró una marca en forma de cruz en el piso, hecha con la misma sangre de la víctima, situación tan extraña como las marcas que había dejado en la tierra mientras trataba de cavar en ella, cuando lo sorprendió la muerte. Llevado por sus instintos, comenzó a remover el lugar, cavo hondo con sus manos, y ya un poco profundo, halló el cáliz de la iglesia, que había sido robado hacia medio siglo atrás, y sobre el cual se tejían tenebrosas leyendas. Dentro de él, se hallaba una carta, manchada de un rojo escarlata, iguales a las manchas impregnada en su investidura. Con sumo cuidado tomó todo, lo metió dentro de una bolsa, y se lo llevo para analizarlo. Efectivamente, era el mismo cáliz desaparecido, estaba en buen estado, un hedor se desprendía de unas manchas repugnantes y oscuras… En la carta decía: “No puedo creer que dentro de poco perderé a la mujer que amo, mi amor es tan grande que no podría vivir sin la mitad de mi corazón”. Palabras tan escalofriantes confesaban un crimen sin resolver durante muchos años, de quien presintiendo su muerte, fue a desenterrar la evidencia… Todo había acabado, ya no habría más misas que pudiera oficiar, más fieles que excomulgar, ni confesiones que escuchar, sin embargo a pesar de todo Catrina finalmente, había cobrado venganza, finalmente, descansaría en paz. |