Desperté, no pude darme cuenta de la hora, más bien no quise.
Desperté sorprendida por ver lo que no vería en mi realidad. No podría seguir viviendo junto a él sólo al estar dormida, cuando sentía necesidad de saber donde lo encontraba, nada más en citas en ojos cerrados, en la sequedad de los labios y en mi corazón apaciguado.
Era ese conjunto de horas que antes podía esperar con ansias. Ahora me inquieta, ya no es un ángel al que veo en mis citas, ocioso fantasma que irrumpe mi paz, cicatriz que quiere abrir y sangrar.
No podía elegir esa masa invisible. No podía ganarme ese recuerdo innecesario, si tan sólo fueron besos amargos, de qué me serviría retenerlo.

Al saber que mi corazón podía latir más a prisa, de darme cuenta que mi boca ansiaba agua y mis ojos verían algo de luz, mi cabeza daba vueltas en dos tiempos: aquél que paso a ser un sueño y aquel que me quitaba el sueño.
¿En qué tiempo estaba? ¿Ellos se mezclaban? O ¿Los mezclaba yo?
Sólo tendría claro que ambos estuvieron o están en mi lecho.