María, la pobre maría…
La primera en levantarse por las mañanas… María
La última en acostarse por las noches… María
María es un ama de casa, de ésas que no tienen sueldo alguno, trabaja como los jornaleros de antaño de sol a sol. Sacrificio es su bandera, entrega la vida a los suyos, su marido, sus hijos y su suegro.
Lava, plancha, friega, cocina, acaba el día… empieza el nuevo día, lava, plancha, friega, cocina… un círculo vicioso estrecho, que ahoga, que consume sus días.
La subyugación al tedio no es nada comparado con el gran hallazgo en su mártir existencia. María tiene un secreto, ella calla es sensata y no desea ser descubierta. María escucha en la radio… él es su amante, su amor secreto… Cecilia canta “Un ramito de violetas”, María calla y escucha. Ella es sensata, fiel a su secreto. Dejó una mañana caer su nombre, entre sus labios emergió un sonido gutural, algo así como Clit. Comprensible la sonrisa permanente, el ademán pasional, sutil ofuscamiento… su amante Clit, de nombre extranjero, lo era todo en su fútil vida.
Ella presenciaba actos orgiásticos casi a diario. Dentro de la normalidad, desde hacía años, admitía visualizar en su propio hogar cualquier signo de perversión, parafilias repetitivas, consumación de actos abominables. Tareas del día a día como limpiar la mierda de las paredes que su suegro de forma amorosa plasmaba en sus festines de coprofagia. La gran dificultad es la limpieza exhaustiva de las uñas del anciano, los restos de las heces resecas. Continúa María limpiado las habitaciones de sus hijos. Fómites en almohadas y sábanas que corresponden a sodomías, incestos y poluciones nocturnas. La rutina del día a día en su lar, ella limpia y calla porque es sensata y ahora mujer enamorada del tal Clit. Su habitación está limpia porque es el espejo de su cuerpo y de su alma. El marido de María participa en sus tríos y demás orgías de medianoche en el salón. Limpia con ahínco por las mañanas el suelo lleno de un líquido pegajoso que huele a tinto y fervor lujurioso. Todos felices con su quehacer diario, unos dándose goce y otras limpiando con cara de enamorada, de su Clit… pasional y lleno de vitalidad, su Clit.
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La hecatombe llegó. Un día cualquiera, por la mañana María encontró en el salón a su marido. No había mujeres, no había vino, no había orgías. Su esposo a solas con su amor, con Clit. Gozando más que nunca, con los ojos desorbitados sin arrepentimiento alguno, como cualquier día. Todo era normal para su marido, restando importancia a su acto, posiblemente el más vil para María. Su amante, su amor secreto Clit le fue infiel con el ser más detestado por María, cómo pudo ser. Con cualquier otro menos con aquel ser inmundo. María irracional era ahora, que ya no era la pobre y humilde María ama de casa. Quería venganza, los celos la sumían en la enajenación tal vez hilarante, tal vez funesta. María fue a la cocina, fijó la mirada en el cuchillo de la carne. No lo pensó y en un minuto había vuelto al salón. Atónita con el rostro descompuesto asestó varias punzadas a su marido. Desgarró el ano y con ello se llevó por delante también a Clit, a quien ya no amaba por su traición. Llamó a la policía para entregarse y esperó allí sentada sin preocuparse esta vez por las manchas del suelo.
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Ahora ya lleva María un año de condena por el homicidio de su marido… mientras se sodomizaba con un Clit vibrator Cod20043, en el salón de su hogar. Ella sabe que cuando salga de allí encontrará más amantes, amores secretos… Ya miró algún catálogo de Chines Balls, muy económicas… para un salario inexistente de una humilde ama de casa.
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