Otro día más. Y los que quedan por aguantar y lo que queda por escuchar.
Da igual lo que merezcas, lo que importa es lo que no mereces.
No importa el esfuerzo, importan las veces que no te has esforzado al máximo.
Qué más darán tus problemas psicológicos, si sólo importa el daño que haces...
Es un sitio en el que no pinto nada. Es un invierno tan caluroso como el mismísimo infierno. Son las voces que se hacen demasiado reales. Es el tiempo que ralentiza los latidos de mi corazón. La cuchilla en mi bolsillo y las lágrimas tras mis pupilas. Parece todo tan claro, siento tan oscuro...El olor a lápiz que seguirá en mis fosas nasales. Mis pies que ya no recorrerán más estos pasillos. Los números en las puertas marcando la pesadilla. Los pensamientos que se hacen corpóreos, formando colosales gigantes en mi mente. No es el fin del mundo. No es fin de una temporada. Es el comienzo de la sustitución del vicio por el dolor. Los rostros que no veré más. Y la sirena que suena. Marcando el fin de un día poco productivo, feliz. Creando mi angustia existencial de nuevo.
El día se ha nublando y se que es por mi culpa. He sentido de nuevo sus manos empujándome, agarrándome fuerte por mi camiseta. Los gritos en mis oídos y las lágrimas en sus ojos, y tras mis pupilas. Pupilas que no soportaban más la presión, dejando escapar la marea roja. El antebrazo sólo tiene cicatrices. Pero no tras el hombro. Un averno de dolor escondido tras la manga de mi camiseta. Mi padre soportando mis empujones. “No mires mi brazo”. He oído los golpes abajo. Creo que mi madre se ha ido. Soy la causante de la tristeza de su vida. Soy “su niña”, problemática. La eterna niña nunca recuperada. Tirada en el suelo, las luces apagadas y yo encogida en un rincón. En estos momentos de la vida es cuando más miedo sientes. Y angustia. “¿Qué tienes en el brazo?” – “Nada”. Y el corazón que se agita. Sus gritos, nunca olvido sus gritos. Sus golpes. Su furia- Es por mi culpa. Le angustio la vida. Mamá, se fuerte...Hoy, mamá, cuando escuché los golpes, pensé en no volver. Era fácil y podía suicidarme. Se ha pasado por mi cabeza. ¿Pero de qué serviría terminar de rendirse? ¿Sabes las pocas ganas de vivir que tuve cuando mi hermano me desinfectó las heridas? Nunca dejé que nadie se me acercase. Y le dejé a él...Porque no soportaba su mirada...
Es tal la desesperación que se me nubla la mente. La angustia, el no saber qué hacer. Encerrarte, pasar tiempo hablándole a las paredes, esperando que alguien te de una razón convincente...Pero no he de confundirme: En mi habitación sólo yo tengo vida.
La cara frente al sol. Heridas las lágrimas que corretean. Manchados los ojos negros de tinte grisáceo. Sucias las manos de alquitrán y barniz descolorido. El viento meneando, de un modo un tanto violento, los toldos que cubren mi cerebro. Dicen por ahí que siempre estuve cuerda. Que mi lengua es bífida y mi sangre fría. Que mis uñas arañan como gatas en celo, que mis ojos muestran una mirada sutil que crea confusión y olvido. Soy el cadáver que está tras las jergas de una madre. Soy el farol que alumbra las noches, y que algún niño travieso rompe en mil pedazos, cual cristal cae al suelo, fragmentándose en pequeños trocitos de vida, que sangran porque mi corazón está muriendo. Una sonrisa de mis labios, una gota de mar que escuece en las heridas. Un triunfo, un motivo más para la libertad. Un error, una condena. Una solución... ¿qué más da si ya está el error cometido?
El placer carnal. El deseo. Que una mano roce la entrepierna. La piel de gallina. La cabeza hacia atrás en modo sugerente. Pagar con placer una vida desdichada. Acorralada, contra un cuerpo y una pared. O un sofá. O cualquier sitio. Una sonrisa pícara, los besos. La mente que sólo piensa “Sigue...”, las manos engarrotadas, en forma de garra, atacantes, arañando, mordiendo la piel que se ofrece, sonriendo de forma perversa...Perversa, como el cuerpo mismo. Por los pechos, y el vientre, hacia abajo. Los besos, que ya no son en los labios. El nerviosismo ligado al éxtasis. La mente que sólo piensa “No pares...”, y una lengua que te recorre. Quizá, algún gemido. La respiración que se oye fuerte y agitada, acompasada con los movimientos compulsivos del cuerpo. Ves el mismo cielo si realmente disfrutas. Para, ahora me toca a mí. Acomódate, no te vas a arrepentir...
La belleza de un cuerpo tumbado, rasgado, cercenado, bello, blanco, triste y sutil. El horror de un cadáver bello, tumbado, rasgado, cercenado, blanco, grisáceo, alegre y sutil. ¿Qué diferencia hay? Que el corazón algún día deja de latir...
Palabras que pervierten, gestos que convierten de niña a mujer, edades que no son propias, o aceptadas por la sociedad occidental. ¿Pero qué importa? El sexo no tiene mayor alcance que el disfrute. ¿O consumación del amor? Vestimentas que incitan a tocar, miradas que incitan a tocar, cuerpos que incitan a tocar, besos que incitan a tocar. ¿Tanto te incita? Pues tócame....
El cuerpo es traicionero. La mente también. Si dejas que el cuerpo guíe a la mente, se suma la traición. Y nace el amor. Nace la perversión. Adelante, aventúrate a descubrirlo...
Fragmentos desesperados, delirios variados y rosas marchitas. Simplemente, un cuerpo sin alma que te necesita. Y un alma encerrada en un cuerpo necesitado. Me has arrancado el alma. Ahora no pretendas devolvérmela.
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