Es cierto que ella es fascinante, mucho más que mi esposa, debo reconocerlo. Me hipnotiza, me enloquece, trato de terminar con ella, pero es imposible, regreso contrito y divagante a sus pies. Mi esposa intuye esto pero no me había dicho nada. Hasta el día de hoy, en que, manos en jarra, actitud típica de la fémina desafiante, se ha parado frente a mí y sin mover un músculo de su cara, me ha indicado la puerta del dormitorio. Yo me he encogido de hombros y he argüido que el trabajo en la oficina ha sido intenso, que he asistido a multitud de reuniones que me han dejado exhausto.
-Entiendo todas tus razones, pero, del mismo modo, mi trabajo también ha sido intenso, agotador y rutinario y cuando espero que me saludes con un beso y me digas que me quieres ¿Qué recibo? A un tipo desganado, lejano y con menos sensualidad que un tarro basurero. No, estoy harta, Rubén Martínez, sinceramente estoy hasta la coronilla.
La cosa es grave. Si ella me trata de Pollito, gatito o chanchito, quiere decir que la situación es manejable. Pero si me llama por mi nombre y apellido, significa que su paciencia se acabó y que vamos a tener una escena.
-Para ella si que tienes tiempo ¡Claro! ¡Por supuesto! Pero ¿Qué soy para ti sino la fámula que te cocina, te lava, te plancha y que cuando intento ser mujer, me recuerdas que eres un hombre ocupado, con una multitud de actividades. ¡Pero basta que ella te guiñe un ojo para que te transformes en mantequilla!
Pasan cinco, diez o acaso veinte minutos en que escucho su molesto cotorreo, pero sin el ánimo de entender ninguna de esas frases archirepetidas que hablan de promesas incumplidas, de fracaso, de hipocresía, de mentiras, de la torpe ceguera de su parte, de que sus padres se lo habían advertido, que esto, que lo otro.
Finalmente llega el minuto crucial, el instante preciso y precario en que la frase cae pesada como una hoja de guillotina, cortando hasta la atmósfera gelatinosa que nos rodea:
-¡Esto se acaba! ¡Se acaba hoy mismo! ¡Ya me cansé! ¡Me cansé! ¿Escuchaste?
Ahora, tú decide: ¡O ella o yo!
Ha regresado la paz a mi hogar. Todo es armonía, todo quietud. Eso se comenzó a sentir desde el mismo momento en que mi mujer salió de casa, cargada de maletas. Yo, por supuesto, la elegí a ella, todo despliegue de sensualidad, colorido y encanto. Desde hoy y para siempre, arrodillado ante ella, todopoderosa y sacrosanta pantalla de televisión…
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