Ya le había echado el ojo; desde su madriguera oculta entre las piedras del lecho del río, seco y sucio, observaba aquel animal escuálido que hurgaba entre montones de basura y restos descompuestos de gaviotas o perros vagabundos. Vigilaba por un orificio hecho entre las ramas que conformaban su cubierta. Su huesuda presa se acercaba cada vez más al lugar donde se había agazapado, esperándola con piedras y palos.
Su escondite era lo bastante profundo como para confundirla; se meneaba constantemente acomodando su larga y desaliñada cabellera, rascando su barba y acicalando el mechón blanco que crecía en ella. Seguía impaciente cada movimiento, calculando la dirección del viento observando una bolsa plástica maloliente flotar sobre la pequeña hilada de agua del río, midiendo la distancia entre él y su presa.
Salió disimuladamente dejando su trinchera y escabulléndose por detrás, acorraló al animal contra el acantilado y algunos peñones traídos desde tiempos inmemoriales por algún huayco implacable. Los bolsillos llenos de piedras retumbaban, como sonajas agitadas por un bebé, con cada paso, con cada carrera, con cada detenida brusca que daba. Estaba inmóvil, respirando acompasado con su presa acorralada.
Levantó la mirada, sacó de su bolsillo una piedra de forma piramidal, alzó el brazo, resopló su cabello para dejar libre su ángulo visual. Sus miradas se cruzaron, el perro retrocedió, mostró los dientes afilados, amarillentos, su pelaje se encrespó, el brazo bajó rápidamente soltando el proyectil. Un aullido, silencio, se acercó, cogió el palo de escoba partido como se cogería a una espada. Vio el hilo de sangre que caía desde el ojo del pequeño animal, su respiración dificultosa, algunos lamentos de su interior, aullidos ahogados. Dio fin a su sufrimiento, el palo se estrelló repetidas veces contra el cuello del animal hasta que dejó de moverse.
Atardecía y en una pequeña fogata yacían calcinados trozos de carne escuálida, huesos rotos y pelo chamuscado. Él solo observaba con un pedazo de carne en la boca y unas costillas en la mano cómo el sol se ocultaba detrás de los cerros. |