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Algunas veces el subconsciente nos juega muy malas pasadas, haciéndonos decir nombres eequivocados o evocar fantasías a voz en cuello, nos hace hablar dormidos o visitar lugares inimaginables estando con los ojos bien abiertos. Pero son muy pocas las veces en que subconsciente y realidad conjugan sus esfuerzos haciéndonos vivir una verdadera pesadilla estando despiertos o mostrarnos la realidad cruda en un estado de profundo dormir.

Aun mi mente no logra definir la realidad y separarla del sueño, o donde empieza uno y termina el otro, pero los resultados, sea como sea, fue y será el mismo de lo que ocurrió aquella noche caliente de marzo, cuando el verano exhalaba sus últimos bochornos y las sabanas se pegaban al cuerpo del sudor acumulado.

Entramos a la habitación al tocar las diez de la noche, ella arrojó su cuerpo delgado sobre la cama y rebuscando entre las almohadas encontró el control remoto con el que encendió la televisión en busca de una película de buena manufactura que arrullara nuestro sueño. Por mi parte dejé la camisa tirada como sea en el suelo de la habitación y los pantalones doblados sobre el inodoro. El agua caía de la grifería como si hubiese sido abierta la llave del agua caliente, maldije al verano por la falta de respeto hacia los que sudamos mas de lo normal y entré a la ducha para refrescarme de un día acelerado. Sentí el correr de las cortinas y ella se introducía en el suelo húmedo de la ducha para acompañarme. Hicimos el amor parados con una lluvia de agua tibia cayendo sobre nuestras espaldas.

Las ventanas estaban abiertas y no corría aire alguno con que refrescarse, el ventilador de pie no ejercía la fuerza suficiente para crear una corriente de aire que quitara el sopor de la habitación. Ella dormía placidamente al mediar la medianoche y la televisión nos mostraba a un grupo de alpinistas en una misión de rescate en los Himalayas, creo que fue la sexta vez que maldije el calor desde que ingrese a la habitación. Weather Channel, que buena elección, afirmaba que otro día de mierda nos esperaría al día siguiente, la misma sensación térmica, la misma temperatura ambiental y los mismos rostros sudorosos mojando sus camisas en una oficina atiborrada de papelería. “Disfrute de los últimos días de verano...”, el anuncio nos mostraba la playa, de aguas azules, arena blanca, el vientecillo se colaba entre los dedos, el sombrero de paja me hacía más que una sombra suficiente, un mesero sonriente me acercaba un Tom Collins; ella yacía a mi lado de espaldas, las tiras del bikini sueltas para broncearse parejo, esta vez no maldije el calor, tan solo disfruté de la vista y del relajo.

El sol se ocultaba en el horizonte, el mar mostraba destellos verdes muy adentro, donde se confundían el agua y el fuego solar, ella no se encontraba a mi lado, estaba solo. La playa desierta, sin sombrero de paja, sin mesero sonriente, sin gente alrededor, solo el mar, la arena y yo. A mis espaldas se alzaba una descomunal iglesia gótica, con sus agujas que alcanzaban a rascar el cielo cual Torre de Babel en la actualidad; visión siniestra pero llamativa. El cielo oscureció cubriéndose de nubes oscuras, desapareció todo rastro de luz solar, solo quedábamos la construcción catedralicia y yo. Avancé entre matorrales, abriéndome paso con las manos y los pies desnudos se hacían llagas al caminar sobre espinas y ramas secas.

De cerca, la inmensidad de la iglesia se hacia inmensurable, ya no podía ver donde comenzaba una de sus esquinas y daba vuelta la siguiente, las agujas no eran visibles y los contrafuertes parecían mantenerse en pie de milagro. La roca negra de la construcción parecía húmeda, una especie de liquido viscoso le daba una brillantez espectral, pequeñas ramillas y hojas secas se escapaban entre las junturas de la piedra. El relámpago la iluminó por completo mostrando una gran puerta de madera de unos 7 hombres de altura por cinco de ancho y que terminaba en una punta de arco ojival resquebrajado por el tiempo. Llovió de improviso, mis ropas se encontraban empapadas y pensé en buscar refugio dentro de tan lúgubre lugar.

La grandiosidad mostrada desde fuera no era comparable con la del interior. El espacio amplísimo se extendía hasta donde la vista alcanzaba, se perdía en la oscuridad. La nave central se iluminaba a cada relámpago que el cielo emanaba. No había ruido de insectos o de animales nocturnos, no había el sonido de grillos ni de cigarras, pero se vislumbraba un pequeño resplandor en un rincón muy alejado de la puerta que se encontraba a mis espaldas. Di un paso tembloroso, pidiéndole permiso a mis extremidades para tal hazaña, un trueno a lo lejos, di el segundo paso mas confiado y la tierra tembló. Cayó la puerta hacia fuera, pedazos de techo cayeron muchos segundos después como cayendo desde demasiada altura, uno de los muros cedió y dejó ingresar el sonido del mar junto con ese rugido, mezcla de león y gorila, sacado desde las profundidades del Averno y que heló mi sangre.

La lluvia se colaba por los agujeros de paredes y coberturas, una mata de musgo, hojas secas y enredaderas cubrían el suelo como una alfombra verde, de textura rugosa que hacia difícil el caminar. Las bancas de madera se hallaban en hileras, algunas volcadas, otras apolilladas y muchas más destrozadas por una fuerza descomunal, como si una caballería hubiese pasado por aquel oscuro salón sin ponerse a pensar en que se encontraría en el camino. Avancé un poco más en dirección a lo que intuía que era el altar de aquella iglesia derruida observando repetidas veces hacia atrás, buscando tal vez el origen de aquel sonido ensordecedor o tal vez de alguna ayuda externa para combatirlo. En lo alto de los muros, entre los contrafuertes que sostenían el macizo techo de piedra, que poco a poco iba cayéndose a pedazos, había vitrales, vitrales de colores vistosos que por la poca iluminación parecían salidos de algún comic oscuro y ser colocados entre marcos hechos también en piedra. Escenas de cacería, sacrificio de animales o cosas por el estilo adornaban dichos trocitos de colores colocados magistralmente en esos muros, algunos de ellos se encontraban en parte destruidos, algunos otros habían desaparecido completamente y por los wspacios dejados se metían las enredaderas, el viento helado que provenía del mar y la lluvia que parecía caer horizontalmente. Un relámpago surcó el cielo iluminando el espacio unos segundos para mostrarme una escalerilla oculta entre el ramaje, el trueno que le siguió no pude compararlo con el rugido que nuevamente estremeció el aire, me detuvo en seco al pie de aquella escalerilla y se escuchaba cada vez más cerca.

Creo que fue la primera vez que sudé tanto en un sueño; el caminar se hacia dificultoso no solo por las enredaderas en el suelo, los roedores que sentía caminar entre mis pies o el rugido que helaba mi sangre, sino también por lo pesado que sientes los miembros durante una pesadilla y el escapar se hace casi imposible. Parado frente a la escalerilla sentía los pies amarrados al suelo, no podía moverlos con la facilidad con la que normalmente lo haría, parecían de plomo, la respiración se me aceleraba y las pupilas las tenía dilatadas al máximo tratando de vislumbrar algo en la densa oscuridad que de repente cegó mi vista y demás sentidos. Los relámpagos y truenos no cedían pero el sonido y su luz no penetraban mucho la oscuridad del salón gótico, solo vislumbraban siluetas, formas indefinidas en el espacio hasta que la vi... La oscuridad cedió ante su presencia, medía más que un hombre normal, casi medio cuerpo más alto, anchísimo en lo que podrían ser los hombros, con dos brazoscolgando de cada lado, lo suficientemente gruesos como para romper una piedra sin mucho esfuerzo. Las manos eran garras escamosas, de 4 dedos cada una, muy parecidas a las de los lagartos; el pecho le brillaba con una incandescencia fluorescente como si su cuerpo manara alguna luz interior. Las piernas eran gruesas, tal y como si fueran dos troncos, casi con la misma textura de estos, no era fácil determinar donde acababan las piernas y empezaban los pies, parecían estar combinados de alguna manera sórdida, como un esperpento de la naturaleza. La cabeza era de un toro, ¿o era la de un búfalo? Solo recuerdo dos grandes astas como de alce saliendo de sus cabezas, un poco más arriba de los cuernos de minotauro; la cabeza era una mezcla de rumiantes bufando y mostrándome el vaho de su aliento por el frío que empezaba a arreciar junto con la tormenta. Cayó de rodillas y alzando la cabeza al cielo emitió el mugido más aterrador que haya oído jamás, parte de las paredes cayeron ante la resonancia y en algún lado el techo se desplomó.

¿Qué podía hacer ante tal bestia descomunal un alfeñique como yo? Veía mi muerte cerca aun atado al suelo y con la bestia acaparando el ancho de la única salida que había encontrado hasta el momento y que era la misma puerta por donde ingresé. Intenté mover los pies y cedieron con la pesadez del mal sueño, subí la escalerilla hacia el altar de piedra destruido, partido en dos por una fuerza que no era de este mundo. Di otro paso, subiendo otro escalón y vi para mi terror que la bestia abandonaba el sitio donde se hallaba y encaminaba su dirección hacia donde me encontraba parado; noté que arrastraba uno de los pies pero en su lugar se apoyaba en una cola muy parecida a la de los cocodrilos; fue en ese momento que pude ver su piel escamosa, áspera como la de un reptil secado al sol muchos días. Traté de apurar el paso y mi vista se empecinaba en buscar una salida, alguna puerta lateral o parte de un muro derruido para alcanzar el exterior, la vi. En un extremo por donde se colaba el agua e iluminada por un relámpago se abría, tímida, una pequeña ruta de escape, un orificio en la pared lo suficientemente grande para que pueda pasar un saco de papas pero con el temor de quedar atrapado de derrumbarse tan solo un poco.

La bestia caminaba arrastrando el pie derecho, sejando una estela fosforescente entre las matas de ramaje y hojas esparcidas en el suelo, volcaba las largas sillas de madera como si fuese un ventilador arrojando papeles al aire; las sillas caían al suelo haciendo un ruido sordo, pidiendo permiso para competir con el mugido de la bestia... No podía quedarme pensando ni un segundo más, me arrojé al agujero y pasé sin dificultad pero el rugido que siguió a mi victoria casi ganada me quitó las esperanzas, el muro que me separaba de la bestia había desaparecido y ahora la veía clara, concisa, a muy pocos centímetros de mi presencia; tenía un ojo blanco, vaciado, el otro estaba fijo en mi ser, le di la espalda y arrastrándome primero, levantándome luego y corriendo después me interné en una espesa selvilla hecha de matorrales sintiendo el aliento y los bufidos a mi espalda. Me abría paso arrancando ramas con el golpear de mis brazos, ensangrentándolos, sintiendo el arrastrar de los pies de la bestia detrás de mí, un bufido resopló cerca de mis oídos y una especie de gancho desgarró la camisa hawaiana que llevaba puesta, sus garras casi me cogen; salté un escalón natural, dirigiéndome al mar, la arena se metió en boca, nariz y ojos, seguí adelante, tropecé nuevamente, las pisadas, el arrastre, los bufidos en mi oreja, un segundo intento de atraparme y las garras me despojaron de la camisa. La orilla se alargaba, no se veía el final de la playa, el sol salía a mi izquierda, mis piernas se cansaban, mi corazón latía muy rápido y mi respiración se dificultaba, volvía la pesadez a mis miembros, las pisadas, el arrastre, los bufidos en mi oreja, esta vez no pude evitarlo, las garras alcanzaron mi espalda dándome un zarpazo, tirándome al suelo, cayendo sobre la alfombra de la habitación aun sin ventilar por el maldito calor insoportable.

Estuve sentado en el piso de la habitación unos minutos, recobrando el aliento, agradeciendo que haya sido solo un sueño, maldiciendo otra vez el calor. Bajé por un vaso de agua, cuando volví al dormitorio ella seguía en el mundo de los sueños, tan apacible, tan tranquila, tan bella. Encendí la televisión nuevamente buscando algún deportivo a esa hora de la madrugada, aun pensando en lo real que pareció aquel sueño, aquella bestia, casi palpable. El sueño anidó en mi cabeza nuevamente y caí rendido en una playa tropical otra vez, con ella a mi lado tomando sol y hasta el amanecer.

Me despertó un beso suave en la mejilla y unas palabras al oído, cuando volteé los ojos verdes de ella me invitaban a abrazarla y hacerla mía una vez más, como ayer en la ducha. Lo hicimos, caminamos desnudándonos poco a poco hasta llegar a la loseta fría del baño, al correr la cortina no nos quedo tiempo para preámbulos, besos mal repartidos por la desesperación y pasión desenfrenada bajo una lluvia de agua helada. Le jabonaba la espalda admirando sus formas delicadas, me quitó el jabón de las manos, besó mis labios y me volteó para ella jabonarme a mí. No sentí el jabón repasar mi espalda, ni la suavidad de sus manos, tan solo el agua cayéndome desde la ducha, volteé, su cara era un rostro de preocupación extraño, señaló mi hombro derecho y lanzó un grito de horror... Cuatro marcas a manera de zarpazo recorrían media espalda mía manando un liquido verdoso casi fosforescente.

Texto agregado el 26-06-2006, y leído por 193 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
14-07-2006 mmm, no sé no me convenció del todo. Creo que hay un problema de ritmo. No me generó la expectación necesaria. Lo siento. eride
 
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