Obsesión.
No te vayas amor mío- le grité incesantemente, sin embargo sus oídos eran sordos ante mis súplicas. ¡Perdóname mi amor! insistí hasta que ella dio media vuelta y se despidió empapada en lágrimas. ¿Cómo pudimos llegar a esto?, yo solo quería que fuese feliz, pero conmigo.
Nunca me amaste, déjame ir - fueron las últimas palabras de Cristina hacia mí, ¿si tanto rechazo llegue a causarle porque en nuestra despedida lloró tanto?, ¿por lástima? ¿por amor?
Recuerdo nuestros paseos por el parque aquél otoño, cuando las hojas caían sobre nuestros cuerpos enlazados sobre la ternura del amor, siempre el mismo recorrido, al lado del río, hasta llegar a nuestro árbol, nos sentábamos a charlar largas horas, solo me conformaba con ver su hermoso rostro, sus ojos cristalinos, sus enrojecidos labios, con su aspecto triste pero ella tan hermosa como siempre.
Nos conocimos desde muy pequeños, siempre visitamos el mismo lugar, desde la infancia nació este amor que se logró consolidar gracias a mi constancia. La juventud fue para nosotros el esplendor de nuestro amor, la pasión fuera de control liberada en las noches de placer que vivíamos clandestinamente, noches excitantes, llenas de amor, su cuerpo siempre fue muy bello, su silueta como esculpida por el artista más minucioso. Al pasar del tiempo decidimos vivir juntos, fue un tiempo de un rico crecimiento espiritual, tardes enteras leyendo libros que luego comentaríamos a la hora de cenar, exquisitas charlas que se desvanecían al acabar el fuego de la chimenea.
Era todo tan perfecto, sin embargo ella no se conformaba, siempre quiso algo que nunca supe que era, y se le ocurrió la idea de separarnos, ¡maldita idea! ¿Porque nunca me dijo que quería realmente de mí? Así nos hubiésemos ahorrado toda la discusión, toda la despedida, todo el sufrimiento.
La habitación se vuelve cada vez más oscura y fría, al parecer esta llegando la noche, quiero oír su respiración, que me hable, que me grite, ¡lo que sea!, con tal de que su armónico tono me embriague de la más sutil música.
Ayer una pesadilla se apoderó de nosotros, ¡tan hermosa pero tan ingrata! Cuando llegue a la casa y entré al dormitorio la vi
apresurada guardando su ropa en una maleta, cuando descubrió mi presencia giró y su rostro me expresó un pánico desesperante, estaba llorando, como lo hacía de hacer varios días por las noches, mientras más me acercaba ella se alejaba, como si le fuese a hacer daño siendo que la amo. Con un movimiento rápido llegue hasta su lado, le sequé el rostro, tomé su temblorosa mano y le dije pasivamente Mi amor ¿por qué me haces esto? ¿Por qué me quieres abandonar? Ella me miró como nunca, habrá sentido una mezcla de terror y desesperación, ya que me empujó hasta caer de la cama, tomó su maleta y corrió por el departamento. Me levanté lo más rápido que pude y llegue en el momento preciso. La puerta estaba abierta y veía el cuerpo de un hombre, alto, moreno, vestía de negro entero. Ese hombre estaba ayudando a Cristina a salir, fue cuando entendí todo, él era el culpable de todo esto, verlo a él con su mirada despectiva y su mano sobre el hombre de mi mujer fue lo que me enfureció. Corrí a la cocina y busqué algún cuchillo, volví al lugar a encontrarme con el usurpador. ¡Hijo de puta! le grité mientras movía temblorosamente el instrumento con el cuál acabaría con todo mi dolor. Él se acercó pesé a que Cristina lo instaba a que se fueran, trató de botarme al suelo, sin embargo fui más ágil y logré cortarle en su brazo derecho. ¡Esta loco, vámonos de aquí! gritaba la traidora sin obtener respuesta. Finalmente al tropezar con un mueble cayó y me monte encima de él enterrándole el cuchillo múltiples veces, en sus extremidades, en su torso, en su rostro, en todas partes, Cristina no hacía más que gritar y gritar, lo que me enfureció aún más, no sé como llegué a tal punto, ¡pero tenía tanta rabia!. Luego de esto me acerqué a mi amada, boté el cuchillo y la golpeé fuertemente con mis puños ensangrentados hasta dejarla inconciente, cayendo en medio de la gran posa roja que comenzaba a inundar nuestro hogar.
Ahora que lo pienso
¿y los vecinos? ¿Habrán escuchado algo?, ya que nunca se aparecieron.
A la hora después los cuerpos seguían ahí, yo ya estaba más tranquilo, fue cuando ella me miró, le pedí perdón, que se quedara conmigo, pero ella, tan obstinada repitió varias veces - Nunca me amaste, déjame ir con un tono realmente penoso, justo en ese momento cerró los ojos y no los ha vuelto a abrir.
El cuerpo del causante de todo este inconveniente lo tiré al río, ese mismo río que recorríamos con mi amor. Espero que nunca lo encuentren para que no nos vuelva a traer problemas.
Ahora estoy algo impaciente por que vuelva a abrir los ojos Cristina y vuelva todo a ser como antes.
La amo y siempre la amaré, hasta mis últimos días. Ahora su rostro esta más pálido aún, esta a mi lado, comenzando a expeler un hedor a pudrición, pero realmente no me importa, yo la amo igual, por lo menos ahora esta y estará por siempre conmigo.
Joaquín Carrasco Bahamonde.
26/Junio/2006
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