El verano se apresura sobre ti,
tiene urgencia de hacer rastro en ti,
tiene deseo por ti, desvelo, apetencia de ti.
Y tú, tan vulnerable a aquel abrazo
de incontrolable calor te desvaneces:
seca, exhausta, frágil, casi muerta.
Tu vida es ahora un suspiro
de mujer que al verano apena.
Llora el amante sobre tus hombros asfaltados,
se derrama en tus corvas, en tus sienes,
en tu íntimo torrente de aguas subterráneas.
Y yo, que soy menos que nada,
observo el acto de amor por mi ventana,
¿Qué quieres? me defino vouyer de natura.
Estás tan delicadamente mojada
que verte así, a mí también me enamora.
Eres mi ciudad, mi ciudad humedecida.
La ciudad de las baldosas, de las calles
y los monumentos en cualquier parte,
alegórica y serena pieza de arte.
Eres la ciudad de la gente que corre y
se agazapa; que se guarda con urgencia
en los cafés del centro y la que mendiga.
Eres la ciudad de las horas perdidas,
la mundana y la casta, la afanosa
y descarada; tumultuosa, brillante,
estelar, iluminada, oscura: andariega.
Ciudad mía: ¡qué hermoso es verte llover!
mirarte desde adentro, desde el cristal
anónimo que ahora llueve a tu ritmo.
Contemplarte mojadas las ropas, seducidas
las entrañas, apetecible como un manantial
donde bullen gentes como peces.
Quiero mojarme contigo tal como
en los tiempos de la niñez,
cuando los primos eran los novios,
y el cielo era un reino de nubes.
Ir tras de ti, ahora que el verano
te ha dejado en paz y verte llover
no desde adentro, sino desde afuera
y verme llover a un tiempo contigo.
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