Anteriormente me habían contado de las malas vibras, o quizá lo sobrecogedor de la inmensidad, de algunos lugares de la Isla Chiloé... Como la Pingüinera, donde la inmensidad recoge a tal modo que dan escalofríos, y el mar se ve tan inmenso que parece el comienzo de la nada, donde el horizonte dice a las claras que la tierra es redonda como una naranja achatada.
Pero lo más sobrecogedor es atravezar el camino que va al Faro, bajarse del vehículo y encontrarse con el ambiente sobrenatural que envuelve todo: paisaje, certidumbre, emoción y suspenso. Parece que allí se encontrara el refugio de las almas en pena, de los misterios, hechizos y magia negra. Quedarse solo en ese lugar es exponerse a las tinieblas, en las que puede aparecer el espíritu maligno de algún ser o bien, el alma de un ser querido que ya no está...
Hasta el aroma es extraño; ni bueno ni malo recuerda, sin embargo, algún momento de la existencia en que se ha enfrentado a la muerte, y atraviesa los poros, impregnando de fatales presagios la existencia del más optimista de los mortales.
Dan ganas de correr y escapar. Pero algo me sujetó ahí, cada vez que quise escapar volvía a mirar los árboles por entre la neblina, sabiendo que que parte de mi ser estaba sujeto a esa soledad...
De a poco mis ojos fueron descubriendo detalles que al principio no veía, sombras oscuras que se movían por doquier pasaban ante mis ojos adoloridos por el viento.
Luego fueron los rostros de cientos de fantasmas que aparecían y desaparecían ante mí. Se hizo oscuro, quise escapar y no pude. Algo me apretaba la garganta y me impedía moverme de allí. Sentí náuseas, mareos, luego la insconciencia total. Soñé que iba en un velero rodeada de cadáveres que conducían la nave mar adentro y llegaba al borde de un gran remolino en que se veía, al fondo, un enorme hoyo negro...
Cuando desperté, si es que desperté en realidad, estaba tirada a la orilla del camino, y en mi cuerpo había muchas heridas que nunca pude saber como llegaron allí. Sentía el corazón oprimido, un frío inmenso, y con la sensación de haber perdido algo muy grande.
Subí al vehículo como pude, puse el motor en marcha y dando la media vuelta escapé de vuelta a Ancud.
El día que vuelva voy a averiguar qué sucedió, aunque me advierten que no lo haga, que me voy a quedar sin alma, porque según algunos, se nota que llevo la muerte galopando a mis espaldas... |