-Unas papas fritas-. Decía mientras le entregaba la moneda a la dueña de kiosco. Había esperado pacientemente a que la gente a su alrededor comprara primero que ella, para así no tener que apretujarse para poder hacerlo.
Luego de recibir el paquete y el vuelto, con un silencioso “Gracias” se giró y caminó hacia donde se encontraban sus amigas, en una esquina.
Hablaban acerca del libro del mes, pues tenían prueba después del recreo. Ella escuchaba atentamente a una de sus amigas cuando de pronto todo a su alrededor dejó de tener sentido. Un estremecimiento la recorrió de pies a cabeza. Tenía la vista hacia el frente y allí estaba. Caminando hacia el otro lado del patio, el chico que se había apoderado de sus pensamientos y de las hojas en su cuaderno.

Lo conoció hace unas cuantas semanas. Lo único que habían alcanzado a compartir fueron unas cuantas partidas de póker, pero para ella había sido suficiente. Había quedado prendada de su sonrisa y de algo más que simplemente no era capaz de explicar.
Se habían cruzado algunas palabras, pero no habían conversado como tal. En la última fiesta salieron a caminar junto a otros amigos y allí se dio cuenta que realmente no podía ignorar a aquel muchacho que aunque no era el más hermoso del mundo, la había cautivado sin razón aparente.

Sin poder evitarlo, bajó la cabeza al percatarse que el chico miraba hacia donde estaba ella. De inmediato se odió así misma por tal estúpida reacción. Cada vez que lo veía en el colegio no era capaz ni de mirarlo a la cara.
Dejaba siempre volar su imaginación durante las clases al pensar en el día en el cual se atrevería tan solo a saludarlo y por fin descubrir si ella significaba algo más ante sus ojos…
La campana sonó bajándola de pronto a la realidad.
Dio una última mirada al chico, quien en ese momento estaba de espaldas y con un suspiro reprimido acompañó a sus amigas hasta la sala, sin siquiera imaginar que en ese momento un chico la miraba reprochándose a sí mismo el no haber ido a saludarla.