Se puso su vestido de domingo, con los ojos impregnados de emoción y ansiedad adolescente, para ir a aquella fiesta. Las horas de espera habían sido una antesala hacia la gloria, perpetuada entre risas y discursos que ahora disfrutaría.
Al llegar nadie la aguardaba; un remolino de angustia recorrió sus pasos, mientras saludaba sin hallar respuesta.
Detrás del gentío, otras tantas almas también se hallaban a la espera de ser reconocidas...

Ana Cecilia. ©