Perdida en mis pensamientos, que se pierden tras el humo que sale de mi boca, tras el canto de la noche con su susurro en mi oído.
Perdida tras marismas que revolotean por mi cuerpo y escalan hacia mi mente, escarbando destellos de blancas ilusiones, de verdes senderos.
Perdida por siempre en la fugaz onda salvaje que rastrea tempestades, todas y cada una de las costas acantiladas, lejanas y palpitantes.
Perdida en manos de la suspicacia, de lo extremadamente descarado y sincero.
Perdida, desnuda y cubierta de verdades, de suave piel.
Perdida por turbios caminos, por rocas esculpidas en mi cuerpo; firmes y ciertas, cálidas y palpables.
Perdida en esa mirada que rapta sigilosa, que tienta incesante e inquieta.
Perdida en la naturalidad de la picardía, en el bosque de los escalofríos peligrosos, que empujan y caen empicados.
Perdida en fuegos inagotables de llamas y ascuas ascendentes, en chispas que desbordan vertiginosas.
Perdida en las gotas que resbalan, en su calor al lanzarse rápidas y sin frenos posibles.
Perdida para seguir perdiéndome, para enredar ironías, seguir conquistando cristales afilados y desafiantes.
Perdida en batallas que no cesan, en fugitivos gestos, repentinos instintos y laberintos multiplicados.
Perdida y cargada de encuentros, convencida de la pérdida.
Perdida pero con sonrisa cómplice y encantada de perderme... para encontrarme después.
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