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He buscado por cielo y tierra un huesito de metal que se coloca en el cuello de los canes. Mi perro Austin nada sabe de esto, es una sorpresa que le quiero dar. Siempre he sido muy aprensivo con él. Temo que se escape algún día y se pierda para siempre en el acertijo de las calles. Sé que es muy probable que vuelva, porque estos animalitos tienen un instinto desarrolladísimo que les hace recordar su hogar y regresar a él, así estén a miles de kilómetros de distancia. Pero ¿Y si no lo hace? ¿Y si vaga y vaga como asteroide sin rumbo en la noche estelar de un maremagno de avenidas desconocidas para él? Me muero si eso ocurre. Por lo tanto, es menester que consiga ese huesito salvador en que mandaré grabar su nombre y el número de mi celular.

Me he dirigido al centro de la capital y de allí he derivado a calles un poco más alejadas en donde me han informado que existen esos famosos huesitos. He recorrido avenidas hasta el hartazgo, me he introducido en conventillos indescriptibles, hombres de ceño adusto me han amenazado con su mirada fiera, pero prosigo afanoso, ya que estoy empeñado en conseguir la panacea para mi querido perro, ese Austin regalón que me babosea todo antes de meterse feliz en su casucha.

He preguntado acá y allá, en esa esquina y en los almacenes de comida para perros. Nada. Nadie tiene idea de tales huesitos y me ofrecen alternativas: barrilitos, cadenitas, cintillos e incluso chips que se insertan en la piel de la bestia y envían señales remotas al computador. Pero no, yo quiero ese huesito metálico y ya me lo imagino en el cuello robusto de mi Austin, se va a ver muy buenmozo mi perro con ese adminículo, claro que si.

Sigo recorriendo negocios del ramo pero del huesito ni idea, oscurece y me he internado en tan distintos labiérnagos de los extramuros que ya no sé ni donde estoy. Aún así no cejo en mis intenciones de regresar a casa con mi trofeo.

Son las diez, todo está cerrado, comienzo a inquietarme ¿En donde estoy? Doblo esquinas y más esquinas y todo para mí es desconocido. La gente ha desaparecido, camino solo y extraviado en esas calles oscuras ¡Dios mío! ¡Mi Dios! ¿Qué haré para salir de allí?

Cuando ya lo veo todo perdido ¡Oh casualidad! Un pequeño boliche relumbra en medio de las sombras. Me apresuro acezando por el cansancio y el miedo. ¡Dios no puede ser más grande! En una atestada vitrina visualizo por fin esos anhelados huesitos. Con el corazón rebosante por la dicha, entro al local y compro por fin la preciada mercancía.

Son las tres de la mañana cuando regreso a mi hogar siguiendo las señas que me dio el comerciante, un señor muy amable que se despidió efusivamente, no sin antes regalarme de yapa unas vitaminas para Austin.

La puerta de mi casa por fin está frente a mí. Abro la puerta con la alegría de la misión cumplida. En mi bolsillo traigo el huesito con el nombre de mi perro grabado en letras grandes y más abajo el número de mi teléfono celular. Mañana, Austin lucirá muy elegante con este adorno. Tanto como luzco yo con ese huesito que ahora destella en mi cuello y que lleva mi nombre y el teléfono de mi casa… por si acaso, por simple precaución, uno nunca sabe…















Texto agregado el 25-06-2006, y leído por 292 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
28-06-2006 llegaremos a eso? claro yo preferiría un brazalete como las palomas. anemona
25-06-2006 Tu prosa a ráfagas irónicas con un tinte de ternura engancha, buen estilo. También tengo yo un huesito, pero no para mí, sino para mi perro. eneas
25-06-2006 jajaja! está maravilloso, justo ésta noche me perdí por media hora hasta que encontre el camino de regreso. Me gusto como manejas las palabas.me encanto! ****** wicca
 
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