La Plaza de Armas está llena de aquellas almas inquietas que encuentran en sus bancas el asilo necesario para sus lóbregas vidas.
Y entre noches frías sabor del vino amargo que no deja su boca, entre la compañía de los perros vagos de siempre y de una que otra mano amiga que se compadece, pasan sus días. Todos iguales. Todos sin memoria. Todos vividos en vano. Vividos por vivir. Vividos tan solo porque no se tiene la gracia de morir aún.
Pasan las noches, los días... y de todos se hace uno sólo.
Tapados de cartón, el cual no es suficiente para abrigar el frío de sus almas, durmiendo en la pestilencia de su propio martirio, en sus pocos momentos de cordura se ponen a buscar en lo entrañable de sus mentes el momento en que sus almas se vieron perdidas, en algún camino oscuro de la vida, y los llevaron a los más hondo, ahí donde sólo los aguardaba su soledad.
Y en tanto la sociedad duerme, se mezclan con la neblina púrpura de Santiago hasta desaparecer en ella. Al menos eso ‘’les’’ gusta hacernos creer.