LA CEREMONIA DE LA NOCHE
"La lamparita de aceite se enciende justo a la caída del sol. Comienza en ese momento la celebración de la noche, el fin de la jornada de luz y el receso obligado de la aldea de casas cerca del río".
El ritual del aceite encendido acompaña a la aldea desde su fundación, y a sus moradores desde sus lejanos lugares de origen.
La noche no tendrá luna, será oscura y estrellada y al día siguiente tal vez el sol desaparezca del cielo, como siempre que Sîma esta en novilunio. Habrá eclipse probablemente.
Cada casita enciende, antes que ninguna otra llama para iluminar, la de la pequeña lamparita que contiene la cantidad justa de aceite para arder toda la noche.
La luz trémula y rojiza va ganando fuerza, mientras que afuera la oscuridad crece desde el este.
La celebración de la noche es el recuerdo de otras hogueras aisladas en la soledad de las viejas tierras, rodeadas de hombres primitivos calentándose y protegiéndose de lo desconocido, con cada pedazo de luz robado al día.
Esa pequeña chispa encendida, ni bien el sol desaparece del cielo, es cada una de aquellas hogueras hilvanadas por la memoria, que ya no son necesarias de encender.
El viento fresco y suave que viene desde los montes, sigue al río en su curso, baja hacia el mar muy lejano, trae olores de valles y sierras adormecidas y arrulla los botes que flotan bajo las antorchas del embarcadero.
El río fluye como un animal silencioso que repta sin perturbar la calma nocturna; muy lejos, detrás de los montes, alguna tormenta se prepara inadvertida. No hay apuro, la lluvia vendrá tal vez para la media noche y el río se encrespará de gotas como con piel de gallina.
La aldea se oscurece en el crepúsculo, sus habitantes se mueven entre las casas terminando los últimos quehaceres del día, llevando los últimos atados de leña para los fogones y asegurando los corrales paras la noche. Hay puertas que se cierran por dentro hasta el amanecer, otras se abren para sacar mesas y sillas para comer bajo el cielo estrellado. Una pareja prepara su lecho para enredarse en él durante el amor y un centinela vela en su puesto imaginando el franco junto a su mujer. La ceremonia de la noche ha comenzado.
La aldea se dormirá más tarde. Apagará sus luces y quedaran las lámparas de aceite y el centinela imaginando su franco. La pareja descansará al fin entrelazada y las mesas esperarán el amanecer y a los pájaros sobre ellas devorando migas. La aldea soñará que es ciudad y que ha crecido junto al río, que ha tendido puentes sobre él y que a avanzado sobre el mundo desconocido, más allá de las aguas tranquilas y barrosas, con hijas tan pequeñas como lo es ella ahora.
El sol la despertará de su sueño y la luz matinal se deslizará por la pequeña plaza calentado el suelo para cuando los hombres salgan a caminar a través de ella.
La lamparita de aceite se apagará por si sola cuando su alma se consuma en llama.
El río traerá agua nueva con las lluvias lejanas y habrá dejado resaca que servirá de abono.
El centinela volverá a su hogar con su mujer y descansará en su franco; la pareja se desperezará entre mantas tibias y desordenadas.
Ha finalizado la ceremonia de la noche, las hogueras de antaño se han consumido rodeadas de hombres dormidos acurrucados como animales, el sol trepa por el horizonte desgarrando nubes encendidas y alborotando bandadas de pájaros. El suelo húmedo de rocío se seca en brumas tenues que se lleva la brisa.
Las lamparitas se enfrían de a poco vacías de aceite y luz.
Junio 1990.
Relato de las "Crónicas Metonas", en Atlas Methonis, Ediciones Ulpianas, Nova Roma, 2190. |