Este deseo de expulsión solo puedo compararlo con el parto. Claro que hay diferencias. El parir supone alegrías futuras, esperanzas a corto plazo, deseos y destinos. Este deseo de expulsar solo me trae tristezas y frustraciones. El dolor del bajo vientre es casi el mismo. Quiero acostarme...relajarme, pujar, pujar y volver a pujar...y que todo termine. Que la bestia que engendré en mi salga de una vez y se configure real y abierta frente a mis ojos.
Quiero expulsar y a la vez siento un temor reverencial de ese minotauro desasosegado que siento removerse en mi interior. Tengo miedo de que su primer acto sea comerme a mi misma.
Quiero expulsarlo para conjurarlo y que desaparezca como un hijo libertino que quiere experimentar lejos de las alas maternas. La opción es parir o expulsar. Parir implica amor por la creatura aunque funesta...viva. parir significaría aceptar en su integridad el sentimiento, la vida que nace de mi...aunque no me guste y desee no verla.
Expulsar o parir...expulsar lo indeseable y tirarlo a la basura como un resto no propio de ser que no nos pertenece ni nos preocupa.
Parir, amar y conservar lo que se ama, y defenderlo de la vida hostil, acompañarlo a la vida clara.
Amar o ignorar...respetar lo que crece en mi interior aunque sea indeseado. Amar eso que surge de mi es respetarme y amarme, entender que soy fruto de un pasado y vivo en un presente sagrado. Parir...