Conseguir trabajo era la primera meta para Eduvigio y como la situación no estaba para regodearse, el muchacho se dirigió a la funeraria Los Muertos Solemnes, ya que allí se solicitaba un ayudante para el turno de noche.
Entre los féretros con olor a barniz, se emplazaba un pequeño escritorio en el cual, don Susano, dueño de la empresa mortuoria, le dio a conocer a Eduvigio las obligaciones a seguir, entre ellas, el quedarse todas las noches en la oficina para atender las necesidades de los clientes.
Como el sueldo no era del todo malo, el muchacho aceptó de inmediato todas las condiciones y se preparó para pasar la primera velada en medio de tan tétrico escenario.
A medianoche, el muchacho sintió unos golpecitos en el vidrio de la puerta. Comprobó que era un señor que estaba a todas luces, embriagado. Como hacía bastante frío, le hizo pasar y el pobre hombre le pidió que por favor lo acogiera aquella noche porque era muy tarde, ya no había locomoción y el vivía al otro lado de la ciudad. Eduvigio pensó:
-Es mi primera noche acá, el señor está demasiado ebrio y si lo dejo afuera, va a morir congelado y mañana será de seguro un cliente nuestro. Por otra parte, corro el riesgo que aparezca mi jefe de improviso y me descubra con este señor adentro, me reprenda e incluso me despida. ¿Qué hago entonces?
La solución surgió sin que tuviera mucho que pensar, ya que le bastó con mirar la hilera de ataúdes que se ofrecían como oportunos refugios. Ayudó pues al señor a que se metiera dentro de uno de esos sarcófagos y lo cubrió con la tapa para disimularlo de miradas curiosas. Al poco rato, el borrachito dormía a pierna suelta.
Un poco más tarde, una viejecita le pidió también que la hospedara y como el muchacho tenía un corazón más grande que sus propias necesidades, la hizo pasar y repitió la operación. Esa noche, acudieron diez personas más y a todas ellas, Eduvigio les solucionó su problema de alojamiento, de tal suerte que cerca de las cinco de la mañana, cerró la puerta con cerrojo y además le puso candado para mayor seguridad y se tendió en un sofá para echar una pestañada.
A las ocho de la mañana, el sonido del teléfono lo despertó de golpe. Era don Susano que llamaba para preguntarle si había tenido algún inconveniente. El muchacho, disimulando sus bostezos y restregándose los párpados, le contestó que había sido una noche excepcionalmente tranquila.
Después de la conversación telefónica, Eduvigio se apresuró a despertar a sus alojados. Pero cual no sería su sorpresa al comprobar que todos los ataúdes estaban vacíos. Sumamente intrigado ante esta situación, revisó la puerta, constatando que no había sido tocada por nadie, ya que los cerrojos estaban puestos, al igual que el candado. Un escalofrío recorrió la espina dorsal del muchacho. ¿Qué había sucedido con todos ellos? ¿Acaso había otra salida que él no conocía?
Aquel mismo día todo se aclaró. El anterior empleado, hizo su aparición esa tarde para que lo finiquitaran. Entonces fue que Eduvigio aprovechó para preguntarle si había tenido un incidente extraño en la funeraria.
-Claro pues. Por eso mismo renuncié, mi amigo. Si casi me volví loco de miedo con un asunto que me sucedió la noche antepasada.
Y he aquí que le narró al muchacho la misma historia del borrachito, de la anciana y de los demás personajes que habían acudido a pedirles alojamiento.
Eduvigio fue finiquitado al día siguiente y a su vez le narró su experiencia al empleado número cuatrocientos, quien, a su vez, haría lo mismo al día siguiente y así hasta este día en que cualquiera de ustedes puede estar afligido por no tener empleo y por esas cosas de la vida, acudirá a la funeraria de don Susano. Aquí, entre nosotros, no se los recomiendo en lo absoluto…
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