De a poco fui recuperando la noción de las cosas, recordé la negrura de esa celda, los silbidos, los pasos, los golpes y de inmediato comenzó a manar dentro de mi pecho un fluido viscoso que amenazaba con desbordarse y que se apoderó de mis extremidades, de mi cabeza y de mi pensamiento. Algo tan abominable que debía ser vomitado y para ello era necesario que yo realizará una sola acción, la única posible… Aún dudando de mi existencia, me arrastré lastimosamente en procura de agua, de alimentos. Un campesino me encontró al borde del desfallecimiento y lo único que recuerdo de esto, es su rostro curtido, sus manos prontas y luego nada más…
Deben haber transcurrido varios días antes que yo recuperara mi lucidez. Volví a la realidad en la cálida sala de un hospital. Estaba lleno de vendajes y sondas y cuando tuve la oportunidad de verme en un espejo, pude ver mi rostro desfigurado por los golpes. Allí mismo tomé la determinación de matarlo como un perro.
Dos meses después, había recuperado en parte mi autonomía y téngalo por seguro que si no hubiera atesorado en mi mente esa sed de venganza que fue talvez la más efectiva de todas las medicinas que injerí, jamás me habría recuperado del todo. Una vez soldados mis huesos y cicatrizada mis heridas, salí de aquél establecimiento arrastrando mi pesadumbre pero fortalecido en mi rencor. Antes del reencuentro con el Chulo policía, yo sólo guardaba en un recóndito lugar de mi cerebro las ominosas postales de las humillaciones inferidas, ahora, estas cicatrices serán el póstumo legado de mi odiado enemigo, en mi piel quedará estampada para siempre la fatal firma con la que rubricó todas sus fechorías. Y le juro por ese Diosito que nos está mirando, que no voy a sentir ningún remordimiento por lo que hice, porque sólo cobré una viejísima deuda. Lo único que me aterroriza es imaginar que ese monstruo me esté esperando en la eternidad o que, si existe la reencarnación, que se aparezca en mis infinitas vidas como mi eterno perseguidor. Sé, tengo la certeza que lo encontraré de nuevo, estoy seguro de ello.
-¿Qué de donde saqué fuerzas para hacer lo que hice? No resultó nada fácil, señor porque el Chulo era custodiado día y noche por una nutrida guardia personal. Habría sido literalmente imposible atacarlo a mansalva. Estudié pues sus movimientos que casi siempre eran los mismos pero me percaté de un detalle. El vivía sólo en una casa del barrio alto y por alguna razón, la casa no era vigilada, salvo por un guardia civil que se paseaba de cuando en cuando por la calle. La clave era acercarse a la vivienda sin que el sujeto se diera cuenta de mi presencia. Sabía que a la hora de los noticiarios, el tipo se encerraba en su caseta de guardia y allí permanecía hasta las diez de la noche. Era el momento preciso ya que los viernes, el Chulo llegaba después de las once a su casa. Por lo tanto, a mi sed de venganza le sumé varios kilos de osadía y me introduje esa noche en su casa y lo esperé escondido detrás de las cortinas de su dormitorio. No se cuantas horas habrán transcurrido, pero tengo claro que cada minuto que permanecí agazapado en las sombras, repasé una y otra vez esa historia indigna y remarqué sus momentos más denigrantes, tan sólo para avalar la justificación que impulsaría mi mano y no la frenaría hasta dar en el blanco y machacar allí mi venganza. A medianoche sentí que se abría la puerta de calle y ello aceleró de inmediato mis pulsaciones. Sentí sus sordos pasos trepando los escalones con extraña agilidad. Traspirando a raudales, palpaba jabonoso el puñal que sostenía con determinación en mi mano derecha. La puerta se abrió con violencia y su grotesca silueta se dibujó al trasluz del cortinaje...
(Finaliza)
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