kanenas
El viejo guitarrista
Al ver al pordiosero recordé un cuadro de Picasso del período azul.
El viejo guitarrista DOrmía en las gradas inferiores de la iglesia abrazado a una guitarra tan vieja como él.
Los pasantes lo ignoraban o le miraban con indiferencia, pero algunos, sintiéndose culpables por llevar ropas abrigadas en esa tarde de otoño, le arrojaban unas monedas en el plato de lata. ¿REsonarían en los sueños del viejo los aplausos del pasado?
Ante la patética figura aferrada al instrumento, sentí MIedo. Soy u n guitarrista joven y me encontraba frente a un espejo en el cual no quería reflejarme. Las manos del hombre eran delgadas y arrugadas como su cuerpo, pero conservaban un aspecto más vital. Recién entonces noté que su guitarra tenía sólo cuatro cuerdas. Di unos pasos hacia él.
El viejo se sobresaltó, probablemente sintió mi presencia o su instrumento había vibrado ante la cercanía de mi guitarra joven. Me acerqué aún más y extendiendo la mano dije: “por Favor…”Él comprendió mi intención y me la cedió: podía confiar en otro guitarrista. Saqué de mi bolso las cuerdas de repuesto que siempre llevo conmigo y coloqué las seis una a una, mientras la boca desdentada del hombre se ensanchaba en una sonrisa. Con todas las cuerdas, su SOLedad sería menos grave. La mía ya se perfilaba.
Las mujeres me atraían, pero ninguna tanto como para renunciar a la de corazón de abete. Al dejarme, mi última compañera me reprochó que tocara y abrazara la guitarra con LA pasión de un amante.
Cuando terminé de cambiar las cuerdas le devolví el instrumento, quería que él tuviera la satisfacción de acordarla por sí mismo, para que fuera más suya. Se la devolví en SIlencio. “Muchas gracias” dijo y había tanta emoción en su voz, que temí ponerme a llorar. Seguí mi camino, sin agregar palabra. Mientras me alejaba, me llegaron los sonidos de la guitarra, perfectamente afinada, entremezclados con los toques del Ángelus .
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elnegropablo
EL VIEJO GUITARRISTA
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La frente blanca y alta. Siempre alta y blanca la frente.
Las manos tan rotundamente enteras, apenas destrozadas a fuego de metralla.
La sexta cuerda alrededor del cuello, y la quinta, y la cuarta, y las otras tres.
El viejo emerge desde el pico más alto de la dignidad andina y cubre con su voz de cóndor libre la tierra abierta, lacerada, hambrienta.
Nunca dejaron de sonar las guitarras. Nunca fueron tan crueles y tan dulces como en estos años.
El llanto de madera noble atraviesa los huesos de océano a océano, y junta las mil orillas en una sola playa, en un solo destino a parir, con dos únicos brazos.
El viejo duerme con los ojos bien abiertos y el pecho grande y oscuro. Le duelen los sin tierra, los esclavos de siglo XXI que nunca se enteraron de la Asamblea del año trece. Duerme a medio sangrar, a medio llanto, con los colmillos tristes y afilados.
Por sus venas colmadas de angustias casi eternas, andan los gigantes de estos mundos, que volverán en cuecas, en zambas, en milongas.
Duerme el viejo, con la espalda llena de polvo americano, con las plantas de los pies convertidas en arcones. De cada senda trae una urgencia. Tiene tatuado el rostro como un mapa, y a cada pliegue de su piel curtida, llegan las voces de las culturas que resisten al tiempo y a la pólvora.
De a ratos, entre sueños, canta el viejo. Como ave fénix, desde el suelo mismo brotan las guitarras que se le pegan a las uñas largas y amarillas, y el viejo guitarrista regresa con su canto, que como inmortal alarido cae sobre los restos del enorme y golpeado continente.
A veces, sólo a veces, se le cae una lágrima...
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