El cuarto lleno de remolinos de vida usual donde la sabana arrastra sueños y pienso en los caminos disparejos, encuentros disparejos no quiero ponerles fin. Me robé tu olor, la tersura de tu cabello, después en mis ojos llovió mar mientras navegabas en ilusiones regias. Y cuando en mis olas rotas surfeas suspendido en el doceavo piso, mi corazón baila a la melodía de tú olvido… Tú no mataste al gato, el te mato a ti y tal vez a mí, solo me queda esta piel desnuda que has guardado en tu cámara.
Es de mañana, te embriagas en el violeta de mi cabello flotante, que por ahora esta guardado en la cocina, con el apio que nunca comimos, los boletos del cine que jamás usamos, la cotidianeidad de los besos intangibles; y el agua fría que ahora esta muy cerca de mi te extraña, te desea, sueña con la brisa de tu sudor, con tu pantalón palpitante.
Corrompe mi soledad, quiero hacerte reir, cantarte al oido, contarte cuantas veces he visto el mar espumeante acariciando mis pies, sentarme junto a ti en las butacas del teatro, tomar tu mano y mirar como se te sonroja la piel, subir al cerro del deseo infinito, has desaparecer las figuras de mi ojo izquierdo, el pasado nostalgico, la noche ruidosa.
Las voces dispersas hablan de recetas para el olvido, del miedo frente al prójimo, similitud reflejada, voárgine noctámbula que penetra en mi historia. Lagartija hambrienta de aquellos labios carnosos, y en la arena evidencia al fin de tu caminar.
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