Al regreso del trabajo, el maletín ya había duplicado su peso. Cansino, se detuvo en el jardín limítrofe a la casa ante una extraña presunción. Entonces se apresuró, al imaginar a su mujer en ese oscuro vaticinio. Cuando llegó la puerta estaba entreabierta y el cuerpo aún tibio sobre la cama. Un río de sangre se extendía bajo sus pies como una alfombra de rojos sinsabores. Atónito, sólo atinó a tantear el teléfono con desbordados manotazos. Fue cuando el estruendo lo despertó, mientras observaba al velador destruido sobre el piso y esas oscuras manchas de sangre que lo rodeaban todo...

Ana Cecilia. ©