Angi
Acuario del demonio, me dejaste solo mascando tu chicle de sandia con sabor a bidón de luca. Acuario punki con aromas de vino en caja, con sabor a encolillado. Maldito acuario de fogatas tocatas y golpes, acuario de dos contra mil, de espalda con espalda, de risas borrachas y de abrazos inconscientes, de palabras prohibidas que se diluyen con las nieblas de sillones de tapices manchados. Olvido de a poco esos besos con costrones tintos, con dientes morados y lenguas ácidas. No sabíamos nada de nuestro último viaje, de esa caminata de kilómetros cuando nos sacaron de una casa a tirones y golpes de hierros. De aquellas maquiavélicas y divertidas noches donde todos temían a nuestros regalos. --Cagados del mate—nos decían, y luego de cerrarnos las puertas en nuestras caras, escuchaban furibundos nuestros gargajos contra la madera; nuestras flemas aguadas pero abundantes. En esos tiempos caminábamos a veces cuatro o cinco.
Un tal Elvis, era de los dueños de la pandilla, y nosotros los ruidosos lacayos anárquicos que peleaban día por medio.
Esto es la última mancha de tu recuerdo, aquello que guardé con tus estúpidos detalles, como tu vaso plástico de la suerte, o tu afición por que te leyera el horóscopo.
Éramos una buena pareja, una pareja ruda, de esas de las películas de karatecas o soldados (claro que ambos comunistas o anarquistas o a veces ambas)
Hermoso será por siempre ese día que nos besamos luego de vomitar abrazados uno afuera, y el otro dentro de una ducha sin agua.
Hermosos será por siempre el recuerdo de ese día cuando me perdí y tú saliste a buscarme hasta el otro día por las calles de ese pueblo alejado de la verdad.
Bueno acuario, solo me queda decirte
¡que te vayas a la mierda!
A buscarme.
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